Juan Ramón Martínez

A Napoleón Arias Cristales, el primero de nuestra generación, que cayera en la guerra de 1969, defendiendo a Honduras.

En los primeros años de la Federación Centroamericana y mucho antes, durante la República y especialmente en los siglos XIX y XX, los conflictos entre los estados y las repúblicas, no tuvieron sino el carácter de recurrentes y periódicos. Honduras, El Salvador y Nicaragua, se invadieron en varias oportunidades. Y sus gobernantes, intrigaron los unos en contra de los otros, tratando de facilitar el ingreso al poder a sus correligionarios; y, provocar la caída de los gobernantes que no consideraban sus amigos. Guatemala, armó y apoyó a López, para que, en 1852, derribara a José Trinidad Cabañas que, tuvo que huir y dejar el Ejecutivo. Guatemala y El Salvador, impusieron el gobierno de Marco Aurelio Soto y obligaron a José María Medina a dejar el mando de Honduras. Zelaya de Nicaragua, al declararle la guerra Domingo Vásquez, presidente de Honduras, apoyó la revuelta liberal de Policarpo Bonilla; e hizo posible la llamada revolución liberal. Y en marzo de 1907, invadió el gobernante nicaragüense a Honduras, derribando a Manuel Bonilla que, le enfrentaba coaligado con el gobierno salvadoreño. Estas intervenciones fueron de todos, en contra de todos; de modo que, hasta Costa Rica, entonces la mejor armada, intervino en los asuntos internos hondureños. En lo particular, El Salvador y Honduras libraron por lo menos tres guerras muy bien documentadas: el conflicto durante el gobierno de Ferrera, contra El Salvador que fuera negociada su finalización por Juan Lindo, gobernador de Gracias, mediante el tratado de Sensenti; la guerra de Honduras contra el Salvador que terminó en la batalla de El Obrajuelo, San Miguel, en que los salvadoreños derrotaron a José Santos Guardiola; y, la invasión del presidente de Honduras, José María Medina en contra de El Salvador, para derrocar al presidente Dueñas e imponer al Mariscal Gonzales como gobernante en 1872. El éxito guerrero, derivó en la iniciativa de la Asamblea Legislativa Salvadoreña, declarando la unidad entre las dos naciones. Y, finalmente la guerra de 1969 en que, por primera vez, el motivo que la provocó fueron problemas de población. Por supuesto, en este clima de conflicto general, también hay un momento en que los cinco estados, unificados frente a la invasión de Williams Walker, libraron valientemente la Guerra Centroamericana (1856-57) y que terminara con la captura y fusilamiento del estadounidense, en Trujillo, en septiembre de 1862.

Las causas de la guerra de las cien horas
El primer y más fuerte antecedente que se explica como causa del conflicto de julio de 1969, es la no continuación, en 1965, del Tratado Migratorio que permitía que los salvadoreños residentes en Honduras, gozaran de las mismas prerrogativas que los hondureños. El presidente Ramón Villeda Morales, mostró interés en darle continuidad al tratado. No así Oswaldo López Arellano que, mostraba reticencias con respecto al mismo. El incidente ocurrido en la frontera, en la hacienda del hondureño Martínez Argueta, en el cual murieron dos soldados salvadoreñas y el consiguiente procesamiento y captura del ganadero hondureño, tensaron las relaciones en 1967. Diez años antes, El Salvador, había iniciado el mejoramiento de su equipo militar y elevado la calidad de sus tropas las que habían mejorado su organización y preparación militar. Honduras, por su parte, había recibido una dotación de 12 aviones Corsario; e iniciado en 1955, la reorganización de sus fuerzas militares por medio de la creación de los primeros batallones de infantería. Por supuesto, a menor velocidad que El Salvador, cuya tradición militar era mucho más fuerte en lo que se refiere a infantería. En cambio, Honduras, su arma más importante, por el tamaño de su territorio y la naturaleza de su geografía, era la Fuerzas Aérea, que hasta hacia mediados del cincuenta, había empezado a ser dirigida por un oficial hondureño. En términos comparativos, para inicios de 1969, El Salvador era superior en infantería y artillería, en cambio Honduras era superior por su poder aéreo.

Tanque Stuart empleado contra las líneas hondureñas en El Ticante, Ocotepeque. (Bombas sobre Toncontín, Herard Von Santos).

Los hechos más relevantes
El 28 de junio de 1969, El Salvador rompió relaciones diplomáticas con Honduras, hecho inusual y que, para cualquier observador, no era más que el indicio mayor que la guerra entre los dos países era, inminente. El embajador Virgilio Gálvez, regresó al país, con información adicional a la que había enviado a la Cancillería, sobre los planes salvadoreños para invadir a Honduras. El rompimiento fue provocado por la actitud del gobierno hondureño, de no finalizar la expulsión de los salvadoreños del territorio nacional. La mayoría de los expulsados eran campesinos, que se habían asentado mayoritariamente después de la revuelta de 1932 ocurridas en El Salvador, y por la inmigración constante que desde entonces había convertido al territorio hondureño, en un espacio para reducir las tensiones internas de El Salvador. Durante la expulsión de los salvadoreños, las autoridades de Honduras tuvieron un comportamiento lamentable que, nos debe avergonzar a los hondureños. El odio hacia los militares salvadoreños que dirigían a su país, por parte de López Arellano fue tal que Jorge Bueso Arias, distinguido banquero copaneco y amigo del gobernante, se lo reprochó en charla privada. López Arellano llamaba “enano” al presidente salvadoreño, general Fidel Sánchez Hernández. De forma que el relato salvadoreño de la guerra, le da a la invasión contra Honduras, un carácter de acción defensiva, de protección de sus nacionales, “injustamente tratados por las autoridades civiles y militares de Honduras”. La población salvadoreña presionaba a los militares para que invadieran a Honduras para defender a sus connacionales. En tanto que, en Honduras, el gobierno de López Arellano desde 1968, veía peligrar su estabilidad, acosado por las organizaciones populares, especialmente las magisteriales que, habían salido a la calle a defender sus derechos y a poner en precario la gobernabilidad hondureña. Es probable que el nacionalismo antisalvadoreño, haya sido alimentado por el gobierno de López Arellano, para distraer la atención de la población sobre los problemas políticos. Estos hechos, fueron estimulados porque la reforma agraria, dirigida por Rigoberto Sandoval Corea, excluía de los beneficios de la misma a los campesinos salvadoreños ocupantes de tierra en la costa norte y en Olancho especialmente. Así como, además, el nacionalismo deportivo animado por Diógenes Cruz desde HRN, la más fuerte e importante emisora del país, en ocasión de las eliminatorias, para participar en el campeonato mundial a celebrarse en México, en 1970. Los dos partidos de fútbol entre las selecciones nacionales, celebrados en Tegucigalpa y San Salvador, fueron excusa para la comisión de excesos de ambas partes, exageradas por la prensa de los dos países, lo que creó un clima de furia y odio generalizado, especialmente entre los sectores populares hondureños y salvadoreños.

El inicio formal de la guerra
Aunque los incidentes militares se agudizaron durante el mes de julio y ambos países colocaron tropas en ambos lados de la frontera, Oswaldo López Arellano creía que la guerra era imposible; y que, si la tensiones aumentaban la intervención de la OEA haría difícil una guerra entre los dos países. Hasta el 12 de julio, en que Anastasio Somoza, presidente de Nicaragua lo llamó y le dijo que la guerra era inminente y que se preparara, es que López Arellano ordena el desplazamiento del Primer Batallón de Infantería hacia el Flanco Sur y permite la creación de comando aéreo de SPS. Todavía el 14 de julio, cuando ya se había producido el ataque aéreo de El Salvador en contra de Toncontín, con el fin de destruir los aviones de las Fuerza Aérea, Honduras estaba trasladando dos piezas de artillería a la zona sur, al mando de un capitán que no conocía la zona siquiera. Unos pocos días antes (12 de julio), por decisión de Enrique Soto Cano, jefe de la Fuerza Aérea, se había creado el destacamento de SPS, con aviones y pilotos, llamados a jugar un importante papel en la nivelación de las dos fuerzas militares enfrentadas. El Salvador por su parte, dividió el objetivo militar en contra de Honduras en tres teatros de guerra que, para Honduras, fueron el Sur, el Centro y Occidente, poniendo el énfasis en occidente y en el sur, descuidando, porque sabía que Honduras no se atrevería a efectuar invasión alguna, por el centro, donde este país tenía ubicada su segunda mejor unidad militar: el Segundo Batallón de Infantería, pero que inexplicablemente, no lo empleó en combate. El comandante de este batallón era Miguel Ángel García. Según su información, el flanco más débil de Honduras era el occidental, a cargo de un coronel sin experiencia militar (coronel Arnaldo Alvarado Dubón) y con pocas habilidades estratégicas. Con tropas dispersas, equipo militar variado y municiones diferentes, y en una estrategia defensiva en que se pretendía defender todo el frente, de más de tres kilómetros, con pocos soldados, sin vinculación orgánica entre esta tropa y el Tercer Batallón de Infantería, al mando del subcomandante coronel Zepeda, oficial vacilante y sin liderazgo en vista que Juan Alberto Melgar Castro, su comandante, había sido relevado del mando porque López Arellano no quería que ningún competidor suyo tuviera destacada acción militar que pudiera derivar en una revuelta interna que le hiciera perder el mando. Por ello, es obvio que, para López Arellano, la guerra contra El Salvador era un problema político, personal, de defensa de su liderazgo; y no una operación nacional de defensa de la soberanía nacional. Por ello se aprecian, por lo menos en los tres primeros días de la guerra sus vacilaciones hasta para responder a la agresión salvadoreña, el 15 de julio, en que aviones de la Fuerza Aérea atacaron posiciones en el interior de El Salvador. Solo la obstinación del coronel Enrique Soto Cano, permitió una operación que le dio un vuelco a la guerra porque Honduras, en dos días, impuso su superioridad aérea sobre El Salvador. También fue notoria su resistencia a dejar que las tropas de la Brigada Guardia de Honor Presidencial, su guardia pretoriana, se desplegaran en el frente de batalla, solo hasta cuando los salvadoreños habían derrotado a los hondureños en el frente occidental (que por vacilaciones del coronel salvadoreño Velásquez), no tomaron Ocotepeque, cosa que harán el día siguiente, que López Arellano al final, permitió el primer puente aéreo en la historia hondureña, en que vía aviones militares y privados, se trasladaron tropas frescas para detener a los salvadoreños que avanzaban hacia El Portillo. Para entonces, el ejército hondureño, mantenía detenida a la Guardia Nacional salvadoreña en Llano Largo, Ocotepeque, impidiendo una acción que habría sido catastrófica, puesto que la fuerza paralela, en que se dividió el ataque salvadoreño, en el frente sur, al unirse, pudieran tomar Sensenti, cosa que de haber ocurrido habría significado la caída por lo menos de Santa Rosa de Copán y algún avance salvadoreño hacia Puerto Cortés.

Soldados de la Brigada Guardia de Honor hondureña en el teatro de operaciones en Ocotepeque (La Prensa, 26 julio de 1969, Una guerra breve y amarga, Carlos Pérez Pineda).

Cinco días de guerra y fin de las hostilidades
El Salvador, pese a su superioridad en infantería y artillería –creemos que desplegaron unos 11,300 hombres en los dos teatros principales de guerra, frente a unos 4,756 soldados hondureños— sus comandantes no fueron lo agresivos y diligentes que se pudo suponer. Perdieron un día, -temerosos del ataque de la Fuerza Aérea-, en ocupar totalmente la ciudad de Ocotepeque y avanzando hacia El Portillo, lograr contacto con las tropas que dirigía el general José Alberto Medrano y el mayor Dabuison, -después fundador de ARENA- que se habían entrado a Honduras y desde El Pital, por caminos de herradura y a caballo, llegaron hasta Llano Largo, en donde unidades hondureñas les detuvieron. Honduras por su parte, ejecutó un contraataque que sorprendió al alto mando salvadoreño, cuando el mayor Policarpo Paz García movió sus tropas desde el desvío de Langue, hacia El Ojuste, posición ocupada por el ejército salvadoreño, logrando un repliegue de los salvadoreños, en una distancia de por lo menos cinco mil metros. Los salvadoreños creyeron que Honduras había movido el Segundo Batallón de Infantería desde Marcala y algunos manejaron la hipótesis que, Nicaragua había entrado a Honduras con sus tropas, apoyando a López Arellano. Esta vacilación, coincide con la superioridad aérea, en la que Honduras impuso su poder de fuego y derribó tres de sus naves, en un solo día, lo que hizo creer a los salvadoreños que no podían enfrentar una maquinaria de guerra de tales dimensiones, puesto que sus pérdidas aéreas eran proporcionalmente altas. Además, al despuntar el quinto día, los dos ejércitos, ya mostraban fatiga, provocada por su limitada capacidad de relevo de sus tropas, combustible y falta de municiones. De modo que cuando los dos gobiernos aceptaron el cese del fuego propuesto por la OEA, el 18 de julio de 1969, las dos fuerzas estaban muy reducidas y su capacidad de continuar combatiendo, disminuida al mínimo. El Salvador, había aceptado el alto al fuego en la creencia que, tenía superioridad porque mantenían territorio hondureño ocupado, por lo que podían negociar ventajosamente. Por ello, postergó, lo más que pudo, el retiro de sus tropas de territorio hondureño. De Ocotepeque, la ciudad más importante ocupada por tropas extranjeras, solo aceptó retirarse y entregarla a la OEA, hasta finales del mes de agosto de 1969. Manteniendo ocupada una franja de varios kilómetros, en varios puntos fronterizos. La arrogancia salvadoreña fue tal, que le cambiaron el nombre a la ciudad de Ocotepeque; y nombraron al “diablo” Velásquez, gobernador de la misma.

Las víctimas, militares y civiles
Honduras reportó 93 militares muertos y un número no determinado de heridos. Este número fue reducido a 92, cuando en las elecciones de 1992, se descubrió que uno de los reportados como muerto, había desertado durante el combate; y, para esa época, se presentaba como candidato a alcalde por un municipio fronterizo. Los oficiales hondureños muertos de más alta graduación fueron el teniente Napoleón Arias Cristales, Bonilla y Alaniz del primero y tercer batallón de Infantería desplegados en el teatro sur y en Ocotepeque. El Salvador, por su parte, aceptó 327 muertos y un número no determinado de heridos igualmente. El Salvador, hizo más prisioneros, especialmente en occidente, en donde en una maniobra envolvente, cercaron a una gran parte de los defensores hondureños. Los más importantes prisioneros fueron los tenientes Rogelio López Castro y Wilfredo Sánchez Valladares, los que mantuvieron presos durante varios meses en El Salvador, junto a cerca de veinte y cinco soldados más.

Donde los daños, fueron mayores, fue entre la población civil. Los mandos hondureños, que no creían en la inminencia de los ataques salvadoreños, no fueron previsores y por ello, no evacuaron en forma rápida a la población fronteriza que, por lo demás, estaba muy dispersa e incomunicada, en una frontera de más de 300 kilómetros. Por ello, se calcula que los muertos hondureños, fueron cerca de mil, -no más de 1,300- y los salvadoreños, mucho menos por su calidad de atacantes, no pasaron de doscientas personas fallecidos y heridas. Las poblaciones hondureñas más afectadas fueron Ocotepeque, saqueada por salvadoreños y hondureños -El Amatillo, Alianza, Aramecina, Goascorán, La Virtud, Valladolid, Virginia, Mapulaca y Colomoncagua. Honduras no invadió con sus fuerzas de infantería, ninguna parte del territorio salvadoreño.

Coronel Arnaldo Alvarado Dubón, Jefe de la Tercera Zona Militar, Santa Rosa de Copán. (La Prensa, San Pedro Sula, 4 de julio de 1969, Una guerra breve y amarga, Carlos Pérez Pineda).

La guerra no concluyó con el cese del fuego
Los salvadoreños, aunque aceptaron el cese del fuego, resistieron durante varios meses a cumplir el retiro de sus tropas de las zonas ocupadas. La estrategia hondureña, de ceder territorio a cambio de tiempo y posibilidades de defenderse, les permitió a los salvadoreños ocupar zonas fronterizas. En donde permanecieron durante varios meses, intercambiando disparos con las tropas hondureñas y sufriendo algunas bajas, poco documentadas. La ciudad de Ocotepeque, fue devuelta a Honduras hasta finales del mes de agosto de 1969. Y el retiro de tropas salvadoreñas, hasta su territorio en El Amatillo, estuvo llena de tensión. De modo que la guerra, por otros medios, continuó en el plano de las negociaciones. Aunque era obvio que El Salvador había perdido la guerra porque no había logrado sus objetivos, los militares salvadoreños se aferraron al poder y pasaron por alto que el desplazamiento de la población expulsada de Honduras, provocaría el desajuste de las fuerzas políticas, que no previeron. Y además, la enérgica posición hondureña de impedir a El Salvador el uso de la carretera Panamericana, paralizando sus relaciones comerciales, les obligó a negociar un Tratado Paz que incluyó por primera vez, la disposición de delimitar la frontera común hasta someter las diferencias a la Corte Internacional de Justicia. La decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, Holanda, le permitió a Honduras recobrar más de 400 kilómetros cuadrados de los llamados bolsones y asegurar su salida al Pacífico, cosa que no se ha concluido por la falta de capacidad de los actuales gobernantes, en vista que Honduras firmó con Nicaragua un tratado que coloca en inferioridad a los salvadoreños en este tema.

Honduras, políticamente, ganó la guerra de 1969. Porque, aunque militarme se confirmó la incompetencia de López Arellano para dirigir al país, este logró con un discurso unitario, concitar y lograr la firma entre los dos partidos políticos mayores de Honduras, un Pacto de Unidad que le permitió seguir siendo la figura más importante en la toma de decisiones nacionales. En las elecciones de 1970, Ramón E. Cruz del Partido Nacional ganó las elecciones y, López Arellano, la Jefatura de las Fuerzas Armadas. Las que uso el 4 de diciembre de 1972, para dar su segundo golpe de Estado personal, que le permitió seguir gobernando a Honduras. Hasta abril de 1975, en que los oficiales de la primera promoción de la Escuela Militar Francisco Morazán, lo depusieron de los dos cargos que ostentaba, Jefe de Estado y Jefe de las Fuerzas Armadas. Cuatro años después, el reformismo militar hondureño que había continuado dirigiendo Juan Alberto Melgar Castro y Policarpo Paz García, concluyó en 1980, cuando la nación hondureña, cansada de los gobiernos militares y aprovechando la coyuntura del triunfo sandinista en Nicaragua, obligó a los militares a regresar -de una sola vez y para siempre- a sus cuarteles. Los militares salvadoreños, encabezados por el presidente general Fidel Sánchez Hernández, perdieron la guerra contra Honduras y empezaron a mostrar sus debilidades para mantener el control político. Una guerra civil prolongada, en la década de los ochenta, los obligó a dejar el gobierno a los civiles y regresar a sus cuarteles.

Pilotos de la base de San Pedro Sula junto a dos aviones Corsarios. De izquierda a derecha capitán Walter López Reyes, capitán Marco Tulio Rivera, capitán Francisco Zepeda Andino y capitán Domingo Álvarez. (Colección de FZA).

El futuro de las relaciones honduro-salvadoreñas
Honduras y El Salvador, son las dos naciones más parecidas de Centroamérica. Económicamente, tienen desde una apariencia contradictoria, una complementariedad muy singular que hace que, para Honduras, por ejemplo, El Salvador sea el mejor socio comercial y para este país, Honduras sea el espacio vital necesario para sus operaciones económicas. Sin embargo, subsisten algunas diferencias fronterizas que pueden alterar las buenas relaciones mantenidas hasta ahora. La isla Conejo, en el Golfo de Fonseca, es un reclamo salvadoreño que puede ser detonante en un breve conflicto armado que, si no se maneja oportunamente, puede convertirse en una nueva guerra entre los dos países. Desde el lado de Honduras, la falta de respuesta de El Salvador para resolver la salida de la bocana del Golpe de Fonseca, de forma que pueda aprovechar las riquezas suyas en el Pacífico, constituye una expresión de falta de buena voluntad de parte del gobierno salvadoreño, cosa que puede anticipar en algún momento una controversia armada. Circunstancia que se puede acelerar en el caso que China, posesionándose en Honduras y en El Salvador, se imponga la dictadura y continuismo de Bukele, consolide vía los hechos un poder totalitario que, termine desacomodando, otra vez, las fuerzas políticas y sociales salvadoreñas. El “bonapartismo” de Bukele, su forzada identidad con Morazán; y, la “popularidad” que tiene entre la población hondureña, dominada en sus emociones por las habilidades histriónicas del gobernante salvadoreño, pueden llegar a producir en el futuro un conflicto guerrero general entre los dos países. Por lo menos, hasta ahora, es visible que Honduras ha perdido la superioridad aérea, el desarrollo de su infantería no es uniforme; y en el empleo de artillería, todavía los salvadoreños, tienen en líneas generales, superior capacidad de fuego. Además, El Salvador cuida su Fuerza Armada. Mientras Honduras la desgasta en operaciones policiales, lo que puede provocar daños irreparables en el cercano futuro, en lo relacionado al balance de fuerzas militares entre los dos países

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