Hace 24 años pasó el huracán Mitch por la región centroamericana, y de aquella fecha a nuestros días, en lugar de mejorar, el paisaje ambiental ha empeorado.  Cada temporada de lluvias es generadora de alborotos de emergencia en el marco de un abandono creciente de obras de mitigación y de atención a las comunidades.

Algunas comunidades y muy pocas organizaciones han ido acumulando aprendizajes sobre la gestión de los desastres socio ambientales. Una lección es que el Mitch, al igual que otros acontecimientos históricos, fue una oportunidad desperdiciada, el país tuvo los recursos económicos y el respaldo internacional para rehacerse y convertirse en un país seguro, en todas sus dimensiones. Sin embargo, hoy solo quedan reflexiones de las oportunidades que el viento se llevó.

Otra lección, es que en Honduras los desastres son una oportunidad de los ricos para hacer negocio. Por la forma como se gestionó el desastre dejado por el huracán Mitch, toda la calamidad humana se convirtió en un enorme negocio. Un negocio en el cual se lucró gente del gobierno, las ONG, los consultores, empresarios de la construcción, y una formidable rentabilidad para muchas de las iglesias de todas las denominaciones y piedades.

El tiempo ha ido confirmando que se invirtió muchos recursos en estudios de la tragedia. Se estudió la vulnerabilidad de las principales ciudades del país, y sus resultados quedaron archivados en un disco duro de Word o en un polvoriento estante de una oficina bien presupuestada. La realidad ambiental del país cambió en los papeles, en los estudios de empresas consultoras, en  los informes de los proyectos de las ONG, en los informes anuales de todos los gobiernos del presente siglo. Pero la vulnerabilidad en las comunidades ha empeorado.

Las escasas organizaciones que de verdad están comprometidas con reducir la vulnerabilidad de las comunidades aprendieron con los años que la forma como se planteó la gestión del riesgo en las comunidades no ha sido solo limitada e insostenible, sino que ha sido una especie de engaño.  En medio de un palabrerío extraño y un molote de marcos lógicos, se despolitizó todo el proceso de luchar por comunidades soberanas desde sus propios territorios y recursos.

Quizá la principal lección de estos años, es que la gestión del riesgo o la posibilidad de tener comunidades soberanas, solo será posible cuando a la par de la gestión de la vulnerabilidad ambiental se gestione la vulnerabilidad política, económica, social y cultural de las comunidades. Pero esta lección es asignatura pendiente. Salvo excepciones, nadie la ha aprendido ni parece que haya interés por aprenderla.

Con los vientos del Mitch se nos fue una gran oportunidad. En la coyuntura política actual, muchos sectores sociales coinciden en un mismo discurso: Honduras debe cambiar de rumbo, debe tomar el camino de la refundación, dice mucha gente. Pero si no nos hemos apropiado de las lecciones del Mitch, ¿será que podremos asumir el compromiso de tener como pilar fundamental de lucha política la protección y control de nuestros bienes naturales?

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