Por: SEGISFREDO INFANTE

            Con el paso de las décadas o de los siglos, quizás solamente se recuerden los nombres de aquellos que aportaron algo sustantivo para engrandecer el nombre de su terruño, con afanes universalistas; o bien para subrayar el amor hacia los demás, en medio del angustiante desamor. O en medio de la ciénaga del descrédito. Frente a la posteridad las personas que cristalizan aportes positivos lo hacen desde sus propias disciplinas y sus límites; o de sus quehaceres y saberes. En uno de estos grupos encontramos a los mejores poetas, en una época “equis” o “ye”, trabajando en las filigranas de la poesía.

            Siempre he sugerido que los extranjeros que juzgan superficialmente a nuestro país, se vengan a coexistir entre nosotros, durante varios años. No se puede ni se debe juzgar a Honduras por las percepciones pasajeras o por crisis de coyuntura. Con una visita de tres días o, de un par de semanas, o con informaciones sesgadas y prejuicios archi-elaborados, es imposible conocer el fondo y el trasfondo de Honduras. Mucho menos su historia integral que aún se adormece en los archivos. 

            Uno de los cuatro caminos del conocimiento hacia la realidad, es el de la mejor poesía que se produce en cada país, sin ocultamientos. Y Honduras, en tal sentido, es uno de los representantes más simbólicos de América Central. La muestra más reciente para reafirmar estas palabras se encuentra condensada en una antología publicada en la República de Chile, por la “Fundación Pablo Neruda”. Tal antología fue preparada por la infatigable editora y traductora hondureña Frances Simán, bajo el título moliniano “Los habitantes de la Osa; Poetas hondureños del siglo XXI”.

            Para tal efecto Frances Simán incluyó dos o tres poemas de los siguientes autores: Pompeyo del Valle; Roberto Sosa; Oscar Acosta; Tulio Galeas; Livio Ramírez; Rigoberto Paredes; José Luis Quesada; José González; Segisfredo Infante; José Antonio Funes; Leonel Alvarado; Melissa Merlo; Rebeca Becerra Lanza; Yadira Eguigure; Denise Vargas; Heber Sorto; Kris Vallejo; Fabricio Estrada; Yolany Martínez; Salvador Madrid; Néstor Ulloa; Rolando Kattan; Denis Ávila; Perla Rivera; Mayra Oyuela; Carlos Ordóñez; y Felipe Rodríguez Medina. (Este detalle se encuentra registrado, además, en la “Revista Histórico-Filosófica Búho del Atardecer” número treinta y uno, página seis, correspondiente a los meses de octubre-noviembre de 2021).

            Lástima grande que esta condensación poética solamente ha sido editada en una versión digital. Pero tengo comprendido que Frances Simán anhela que sea publicada mediante formato impreso, a fin de que el lector promedio de Honduras la conozca, tal como debe ser, incluso para la memoria histórica, tan frágil en nuestro país, en donde los archivos públicos y privados suelen ser todavía caóticos, fragmentarios o inexistentes.

            Aparte de la información imprescindible vale la pena añadir algunos puntos interesantes del quehacer poético hondureño. Para comenzar el título del presente artículo, “Mi patria es altísima”, es un verso del poeta Oscar Acosta (QEPD), quien a pesar de conocer todas las adversidades que se experimentan en nuestro país, siempre estuvo interesado en exaltar el nombre de Honduras, ya fuera que él estuviese desempeñándose como embajador en países suramericanos o europeos. Un poco en la línea de Heliodoro Valle cuando se encontraba en México o en Estados Unidos. 

            “Los habitantes de la Osa” es una muestra antológica de poemarios de autores maduros y jóvenes, incluyendo a los que lograron sobrevivir hasta los comienzos del siglo veintiuno. A mí me parece que amén de las diferencias generacionales en la mayoría de los autores aquí publicados, encontramos las siguientes recurrencias comunes, es decir, los motivos de la muerte; los fantasmas; la tristeza; el amor; la patria; alusiones urbanas y rurales; el desencanto; las marginalidades íntimas; y la búsqueda intensa del lenguaje poético, cayendo a veces, muy aisladamente, en el puro juego del lenguaje. En todo caso son muestras interesantes para hacernos una idea aproximada del quehacer poético catracho, tal como ocurre con la “Antologia Della Poesia Honduregna” preparada por el poeta italiano Emilio Coco y el editor, también italiano, Walter Raffaelli.

            Cada antología presenta innegables diferencias y avances. La publicada por la “Fundación Pablo Neruda” de Chile tampoco escapa a esta afirmación. Por eso creemos que en el discurrir de las décadas las cosas mejoran paso a paso. Hubo tiempos en que las antologías internacionales solamente incluían el soneto “Pesca de Sirenas” de Juan Ramón Molina, con el cual (por muy bueno que éste sea), era poco menos que imposible conocer la calidad lírica integral del gran poeta hondureño, romántico-modernista, de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. En la actualidad es más conocida la poesía de Molina, y la de otros autores hondureños. Tarde o temprano la obra de cada buen escritor, sea poeta, ensayista o articulista, emerge desde los abismos del olvido.

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