Por: SEGISFREDO INFANTE

            No es fácil guardar silencio en medio de tanto ruido, precisamente en la época de explosión de las redes digitales, donde cada quien dice lo primero que se le ocurre o ha escuchado decir por ahí, sea que tenga la razón o carezca por completo de ella; o que incluso desconozca el razonamiento lógico. La verdadera “Razón” debe ser razonable, fundamentada y comedida. Pero el comedimiento o la mesura es algo que escasea en el abanico de valores (o de anti-valores) de nuestro tiempo. No me refiero sólo a Honduras, sino que a un fenómeno de orden mundial.

            Aunque el tema fue sugerido por Erich Fromm en su libro “El arte de escuchar”, personalmente creo que el principio de entrada es el sosiego mismo, tanto en la vida individual como en las pequeñas comunidades que aspiran a convertirse en entidades pensantes. Saber escuchar a los demás es un arte; pero también es algo emparentado con el sosiego conceptual y vivencial, ello a pesar que Ortega y Gasset sugería que el mundo es irracional, y que lo único que le queda al filósofo es interpretarlo racionalmente, con lo cual contradecía un poco la vieja racionalidad de los pensadores clásicos.

            Sin embargo, es harto difícil escuchar y saber respetar a los demás, cuando se impone el reino de la necesidad por la vía del hambre, la enfermedad, el desempleo, la falta de agua potable y la intemperie. Es el momento en que la persona necesita un salvamento concreto e inmediato ajeno a las jerigonzas ideológicas. Lo curioso es que los individuos que viven muy cómodamente con “los tres tiempos de comida con manteca”, con despilfarros monetarios y que viajan en carros demasiado lujosos, caigan en actos de irracionalidad, ya sea a nivel de los lenguajes particulares o en acciones que colindan con la agresión violenta; o extremadamente violenta. Las explicaciones probables es que tales individuos carecen de una formación teórica equilibrada; o que están atrapados en una visión ideológica dogmática; o sus valores éticos están ausentes; o que, finalmente, han caído en las garras de un estrés “incontrolable”.

            Pero volviendo al comienzo, saber escuchar a los demás es algo que produce una satisfacción muy íntima. Sobre todo si los interlocutores exhiben ideas e informaciones contrarias a las nuestras. Porque algo positivo se puede y se debe sacar después de escuchar durante varios minutos, o varias horas, a las personas que opinan diferente de nosotros, en tanto que el respeto a las opiniones ajenas es importante, como parte integral de una democracia realmente tolerante y pluralista. Es de suponer, en este punto, que los arrogantes y los intolerantes se molestan cuando incluso uno guarda silencio y les escucha atentamente. Porque perciben el silencio como ausencia de aplausos hacia ellos. No se les ocurre que uno les escucha y les aprecia por el simple hecho de ser paisanos o de pertenecer al género humano. Aquí el amor al prójimo entra en juego.

            Otro motivo de satisfacción de saber escuchar a los demás, es que permite al sujeto fotopensante reflexionar con sosiego y profundidad, a fin de construir una serie de conceptos hilvanados en torno de la cruda realidad del mundo, en tanto que la lógica camina más allá de los silogismos y trata, en consecuencia, de penetrar las enmarañadas circunstancias de cada país, de cada región y del “Universo” en general. Como contrapartida lo deseable y lo esperable es que también aquel que sabe escuchar sea escuchado, a su vez, por los demás. Pero claro, en un mundo ruidoso y explosivo cargado de “reguetón” obsceno y violento, se debe comenzar por uno mismo. Es decir, mediante un proceso autodisciplinario en el curso del cual se debe aprender la prudencia y la capacidad de escuchar los pálpitos de las personas enredadas, de los arrogantes, de los humildes y de los desencantados; inclusive de los taimados y de los que padecen de fijaciones mentales aparentemente incurables. Digo “aparentemente” porque mientras alguien tenga vida puede aprender a modificar sus formas conductuales, sus verborreas altisonantes, lo cual significa, entre otras cosas, aprender a madurar.

            Conocemos el mundo de contradicciones en el cual por regla general subsistimos y a veces avanzamos, con derrotas y éxitos parciales. Las contradicciones fueron percibidas y estudiadas por los filósofos antiguos, desde los pitagóricos pasando por Heráclito y Empédocles, hasta arribar al “principio de no contradicción” de Aristóteles. Pero es Guillermo Hegel, en plena modernidad clásica, quien sistematiza la idea y el desarrollo de las contradicciones en la “Historia”. Hegel hizo alta “Filosofía” en torno de las contradicciones normales y las antagónicas. Y algo llamativo que la mayoría de sus lectores olvidan, es que Hegel postuló que incluso los contrarios antagónicos en un momento dado pueden conciliarse. En caso que sea imposible tal conciliación, desde el roce o fricción de los contrarios aparecerá un tercer fenómeno sintetizador.

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