Por: SEGISFREDO INFANTE

            Cualquier ciudadano de buena voluntad se ha preguntado en algún momento, a sí mismo o a los demás, cuál sería el mejor camino para sacar a Honduras de la pobreza y empujarla hacia un auténtico desarrollo. Como tengo la costumbre de conversar con personas de la calle, o de a pie, he escuchado toda clase de respuestas, la mayoría de las veces muy sesgadas y en algunos casos cargadas de prejuicios políticos o ideológicos, como si los manuales que han leído a la ligera exhibieran en su páginas de tales ideologías “equis” o “ye”, las respuestas exactas para países atrasados con las peculiaridades hondureñas, tanto en lo demográfico como en lo topográfico. No existen, para empezar, respuestas exactas ni tampoco excelentemente preconcebidas. De lo que se trata es de estudiar con calma y sin prejuicios la realidad multilátera de Honduras, para llegar a poseer algunas convicciones elásticas sobre un posible porvenir en el mediano y en el largo plazos.

            En las últimas décadas se han redactado centenares de proyectos grandes, medianos y pequeños, de diversa índole y estilo, para distintos rumbos del país, que han quedado archivados en las cajas polvorientas del olvido. Muchos de los mismos han sido redactados por consultores internacionales. Y de vez en cuando por algunos hondureños. Varios de tales proyectos han estado plagados de tecnicismos que se alejan de las toscas realidades de nuestra geografía y de la psicología íntima de un pueblo predominantemente mestizo como el nuestro, que pasa a la espera de “milagros” o de la rueda de la fortuna. Algunos de esos proyectos e informes podrían se rescatables, siempre y cuando se posea la habilidad y la suficiente claridad que Honduras es un país de relieve muy irregular, con subregiones contradictorias unas respecto de las otras, tantas veces incluso en las formas diferenciadas de hablar el viejo castellano, con hermosos arcaísmos, horribles interjecciones y gruñidos altisonantes que se alejan de la posibilidad de articular cualquier idioma. Esas altisonancias vociferantes entran en contradicción con la timidez predominante del catracho normal.

            Sea como fuere, una conclusión preliminar es que debemos hacer algo para salir del  subdesarrollo subsistente, tanto en las esferas espirituales como en las materiales, un poco al margen de las ideologías “antagónicas” y rencorosas que suenan como tambores mayores de unas guerras imaginarias o reales; verbales o físicas. Porque debemos llegar a la claridad que no es con ninguna clase de verborragia amenazante, o intimidante, de ultraizquierda o de ultraderecha, que sacaremos a Honduras del atraso estratégico, a fin de conducirla por los mejores caminos del desarrollo integral. Para tal fin se requiere, simultáneamente, de un profundo conocimiento de la “Historia” económica del mundo, y de la cultura intangible de algunos países atractivos en particular. Se requiere, además, de “pensamiento y acción” regionales: Un pensamiento mesurado y una acción sostenida, durante muchos años, en consonancia con los intereses del mayor número de hondureños.

            He meditado estos asuntos empleando el mecanismo de conversaciones interesantes con individuos de diversos niveles intelectuales, académicos y científicos. También los he meditado en abrumante soledad personal. Y una de las claridades resultantes es que hemos fallado al momento de establecer cualquier proyecto piloto por aquello de las profundas discontinuidades históricas en que se mueve nuestro Estado catracho y la clase política hondureña. Hemos detectado tales desfases incluso en las administraciones municipales por diversos rumbos de la República. Casi nunca terminamos un proyecto, sea éste excelente, bueno, regular o malo. Más bien lo destruimos de la noche a la mañana, por mezquindad, ignorancia o ceguera, sin medir las consecuencias o sopesar los resultados concretos.

            En tal sentido considero que habida cuenta que Honduras sigue siendo un país con prácticas agropecuarias y forestales deficientes, con limitadísimas proyecciones nacionales e internacionales (en esto por supuesto se salva la buena caficultura), es menester que establezcamos, buscando ciertos consensos, los puntos estratégicos indispensables para el desarrollo sostenido en zonas rurales y semi-urbanas, para que en cada subregión de toda la rosa geográfica nacional, se monte un proyecto económico piloto, según las características topográficas y demográficas específicas, buscando los mejores nichos en función de abastecer las necesidades perentorias del mercado nacional, ocupar a la triste y desesperada mano de obra flotante, y volvernos atractivos internacionalmente, en algunos rubros que sólo son llamativos y competitivos en las vastas zonas tropicales. A cada proyecto piloto habría que darle seguimiento durante lustros y décadas completas.

            Digo “ciertos consensos” básicos en tanto que es harto difícil que los hondureños nos pongamos de acuerdo en asuntos vitales. Mucho menos espirituales. Pero frente a la pobreza, el desempleo y la violencia (exógena y endógena), habrá de ser un imperativo moral adoptar todas las medidas posibles en función de los intereses mayoritarios de la nación hondureña. Una nación en lento proceso constructivo.

            Tegucigalpa, MDC, 26 de enero del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 30 de enero de 2020, Pág. Cinco). (Reproducido en los diarios digitales “En Alta Voz” y en “El Articulista”).

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