Al rescate de la tradición en los pueblos Lencas
Redacción En Alta Voz
No es cirujana, pero sus manos se mueven con la misma destreza como si manipulara un bisturí. Ella se llama Teresa Mejía, es alfarera y tiene 32 años. La mujer, residente en las Palmas, un pequeño poblado entre Siguatepeque e Intibucá, se siente orgullosa de haber heredado la tradición de su familia, cuyo arte está resurgiendo en tiempo de Coronavirus (Covid-19). “Nosotros no teníamos torno, eso vino después, y yo aprendí utilizando una carreta de bueyes para procesar el barro”, relató en una breve charla que mantuvo con el equipo de En Alta Voz.
¿Mantuvieron las ventas a pesar de la pandemia? “Sí hubo una baja en las actividades, pero a pesar del Covid-19, al menos en nuestra comunidad no se reportaron contagios, hubo brigadas que recorrieron la zona para inmunizar a la población y nuestras actividades de atención a los visitantes continuaron bajo estrictas medidas de seguridad como usar la mascarilla y el gel de manos”, expresó. Teresa nos atendió sin mascarilla. “Ya estoy vacunada y mantengo la distancia por precaución”, señala.
El lugar es pequeño, son apenas 800 habitantes. Es uno de tantos pueblos con casas dispersas a ambos lados de la carretera principal hacia La Esperanza. Ese fue el paisaje que nos dio la bienvenida. Hay puestos de artículos de barro, otros son más coloridos. Es un día normal y los compradores “brillan” por su ausencia, pero eso no disminuye el entusiasmo de los artistas del barro que salieron a mostrarnos sus obras. En el centro de las Palmas hay una plaza de exhibición que tiene mayor afluencia de visitantes los fines de semana.
Ernesto Recarte, fue uno de ellos. Nos pidió que no le tomáramos fotografías y que accedería a conversar con nosotros. “Aquí es tranquilo, no hay delincuencia, lo mejor de todo es que no tenemos Coronavirus, no nadamos en la abundancia, pero tampoco tenemos mayores carencias, nuestros tres tiempos de comida están fijos y damos gracias a Dios por eso”, afirma el residente de Las Palmas.
La alfarería en barro es una de las tradiciones del pueblo Lenca. Foto: En Altavoz
La tradición
Los artesanos lencas y el barro sonantiguos amigos. Hace más de cuatro décadas, muchos de ellos, al igual que Teresa Mejía en Las Palmas, moldean piezas delicadas cuyo mercado trasciende fronteras desde la Campa, un típico pueblo cercado por montañas, en el departamento de Lempira. Cada vasija tiene una historia de ritos y creencias como el pago al dueño del mineral, que se mantienen latentes. En el popular destino del occidente hondureño, el Covid-19 tampoco es una preocupación.
Con ágiles manos, los artistas de la tradición le van dando forma al material que extraen de la tierra, mientras conversan con nosotros, para explicarnos en que consiste el servicio de agradecimiento a la prodiga naturaleza. La meta colectiva es obtener barro de buena calidad. Para lograrlo, dicen, se “aliñan animales en el barrial, se busca a quien va a hacer el pago para darle las aves y la chicha, allí se mezcla la sangre con la bebida fermentada y se esparce en el lugar”.
“No es que uno deja al animalito-jolote- allá botado, sino la sangre y las plumas, la comida se prepara en la casa de uno para la familia y para otras personas que llegan a visitarlo a uno en ese momento porque también hay que atenderlos”, relata Ernesto. Del pavo o jolote, se prepara un atolillo, con cebolla y ajos…”de allí a comer”, expresa sin dejar de reír con cierta timidez.
¿Lo ha practicado siempre? “Si, siempre lo he hecho este ritual, el último fue hace un año y lo realizamos un tanto en secreto porque hay gente que se burla de uno ya de “macizo” que haga esas cosas”, manifiesta. ¿La iglesia los critica? “No, nunca le prohíbe a uno que siga con sus costumbres.”
La salud es determinante en esta comunión con la prodiga tierra. “Antes, creíamos en la montaña y en que el lugar daña a la persona. Además, en caso de que se hayan enfermado al sacar el barro, se debe rezar para que se curen”, relata. En esta tradición, que algunas artesanas de la Campa luchan por mantener viva en la veneración a la santa tierra, por lo cual se hacen composturas, se realizan rezos, se consume refresco de maíz y se tiran cohetes.
Otras alfareras de San José de Guajiquiro, sacan el barro en una maciza. Según ellas, el estado de la luna influye en la calidad de las piezas. “En Ojojona dicen que el barro debe sacarse con luna creciente y en una maciza para que las piezas mantengan su firmeza, no se encojan, no se quiebren durante la elaboración y sean más duraderas.” También relatan que si la mujer extrae el barro en el periodo de su menstruación se daña y se pudre el mineral.
La realidad
En las Palmas, la situación de la etnia conformada por 100 mil personas, no se observa tan severa con relación a otros sectores en los cuales habitan. De hecho, una recopilación realizada hace cuatro años por 75 gestores culturales indígenas Lencas que viven en el departamento de Intibucá en Honduras, documentaron varias expresiones del patrimonio cultural intangible como rituales, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza, saberes y técnicas vinculadas con la artesanía tradicional, tradiciones orales y costumbres.
El propósito no es solo fue contar con un acervo histórico y cultural sino usar este conocimiento sistematizado como fuente para desarrollar emprendimientos o insertarlos como opciones de visita en un circuito turístico cultural sostenible. Este fue el objetivo de un Programa Conjunto denominado “Fomento al Turismo Cultural Sostenible para un Desarrollo Económico Inclusivo en la Ruta Lenca”, nombrado Programa Conjunto Ruta Lenca.
Desde sus primeros años, los Lencas han venido aprendiendo, a través de las historias que le transmitían los ancianos y mujeres líderes de sus comunidades, sobre los diversos usos que se le puede dar a la hoja del pino, por ejemplo, para convertirlo en obras de artesanía, como recipientes para tortilla, joyeros, cofres y portavasos. La hoja de pino se encuentra abundantemente en la zona, y usando brea o hilo de madeja, se puede moldear para darle la forma deseada.
Para ellos sus creaciones son arte. Demoran hasta tres días o más en elaborar manualmente una pieza utilizando materiales como hoja de pino, hilo colorido y aguja, y así muestran su cultura. Los moldes los tienen en su cabeza solo como idea, luego los transforman en piezas con diferentes formas, que son muy apreciadas por turistas nacionales y extranjeros.
La tarea de las y los gestores culturales no solo ha sido redescubrir y repotenciar el uso de la hoja de pino; sino también recopilar información sobre la producción de los textiles Lencas, tan característicos por el uso de colores rojo, azul, morado, verde y naranja intensos, así como de la alfarería que usa tan distintivamente el barro blanco. Aquí se convirtieron en protagonistas del diálogo intercultural e intergeneracional para reproducir, enriquecer, defender, documentar y sistematizar el conocimiento que da vida a la cultura de esta etnia.
Por ahora, el reto es contribuir a la reducción de los niveles de pobreza y pobreza extrema de la población Lenca de los municipios de Intibucá, Jesús de Otoro, La Esperanza, San Miguelito y Yamaranguila, mediante la promoción de la cohesión social y el desarrollo económico inclusivo y sostenible con énfasis en mujeres y jóvenes indígenas Lencas.
Si bien es cierto, son numerosos los recursos naturales y patrimoniales en el área de influencia, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) publicado por PNUD en el 2015, señala que existe un alto porcentaje de población en los cinco municipios que vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema, al registrar 0,44 de IDH, el más bajo de Honduras.
Piezas coloridas adornas los estantes de negocios pequeños que proliferan en la zona. Foto: En Altavoz
Otra visión
Según la investigación de la Asociación por el Derecho a la Salud (OSALDE), “El shock de la pandemia contra los pueblos originarios en Honduras”, de agosto de 2020, en los casi dos años del Covid19 en Honduras, se han múltiples experiencias de trabajo y lucha que han situado la solidaridad, el cuidado, el apoyo mutuo, la protección comunitaria y la defensa de los bienes comunes del territorio como ejes centrales de la construcción de un mundo post COVID-19.
No es una novedad: antes de la pandemia, en muchos lugares los pueblos intentaban resistir y organizarse priorizando el mantenimiento de vidas justas y dignas, pero el virus ha visibilizado las enormes desigualdades y las formas más crueles de persecución que sufren quienes llevan años apostando por ese cambio de paradigma político y económico.
Es el caso de las comunidades lencas, organizadas en el COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), que sabían muy bien cuáles eran los riesgos de defender la vida desde mucho antes de que la emergencia sanitaria comenzara. Los territorios donde habitan han sido históricamente atacados por los intereses de empresas transnacionales que usurpan la naturaleza y amenazan la supervivencia de comunidades y pueblos originarios. La lógica económica de la extracción mata gente, expectativas, culturas, tierras y aguas.
Durante estos meses, el COPINH ha seguido haciendo lo que siempre han hecho: afrontar la lucha contra el virus cuidando la vida y custodiando la dignidad de sus pueblos frente a la hostilidad colonial de unos intereses económicos depredadores, señala la publicación de OSALDE.
Ante la fragilidad de los servicios públicos hondureños, debilitados por las políticas neoliberales, incapacitadas para asegurar el derecho a la salud de toda la población, se ha desarrollado una estrategia de protección basada en el apoyo mutuo y la salud comunitaria. Para los pueblos lencas, “que nadie se quede atrás” no es solo una consigna, es una forma de lucha por la que pagan un alto precio: el aumento del hostigamiento justo en el momento en el que la crisis sanitaria afecta de la forma más cruda a sus territorios.
Lo cierto es que la emergencia sanitaria se llegó a usar para fortalecer el autoritarismo y reprimir las estrategias de supervivencia y defensa del territorio que defienden los pueblos lencas. La violación a derechos humanos sigue poniendo en riesgo la vida y la integridad de los pueblos y afectando especialmente a las mujeres, que están padeciendo la feminización de la pobreza, la restricción de sus derechos sexuales y reproductivos, el incremento de su carga de trabajo y la obligación de confinarse a menudo con sus agresores, puntualiza.
El Pueblo Indígena Lenca es uno de los siete pueblos indígenas de Honduras. Su población actualmente está repartida en cinco departamentos del país: Lempira, La Paz, Comayagua, Intibucá, Francisco Morazán y Yoro donde confluyen altos índices de pobreza y desigualdad.
La comunidad es un lugar accesible sobre la carretera que desde Siguatepeque conduce a La Esperanza. Foto: En Altavoz
No todo es negativo
Poblaciones lencas más allá de los índices de pobreza y desarrollo son protagonistas de un proyecto sin procedentes. Se trata de “Puca Opalaca”, un proyecto hidroeléctrico construido con trabajo comunitario auto sostenible y amigable con el medio ambiente.
De esa forma, las comunidades en los municipios de Plan de Barrios y Zapotillo del municipio de San Francisco de Opalaca, Intibucá, desarrollan con el acompañamiento del Ministerio de Energía y la cooperación del PNUD esta experiencia inédita ejecutada con el esfuerzo de sus pobladores. La experiencia es única en el país, de los primeros en América Latina y un ejemplo a seguir por otras comunidades.
La obra que se ejecuta a iniciativa de la comunidad contará con autonomía administrativa y permitirá mejorar las condiciones de vida de las familias indígenas, y, de esa forma, también promoverá un desarrollo integral y sostenible, pero sobre todo amigable con el entorno con respeto hacia la cultura y creencias religiosas de los pueblos Lencas.
Indígena Lenca en Opalaca, foto: Lourdes Ramírez
Más necesidades
Líderes Lencas les narraron a varios medios locales, la azarosa vida de sus comunidades y su contacto, a veces traumático, con la burocracia estatal, cuando llegan a la capital en busca de ayuda. Procedentes de Nahuanterique, La Paz, el ex bolsón recuperado en el diferendo limítrofe con El Salvador en 1992, el grupo sorteó 12 horas en bus para toparse con la historia de siempre: oficinas impenetrables, funcionarios apáticos y miradas discriminatorias por su apariencia.
Después de cuatro días esperando respuestas de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedis), regresaron a sus pueblos con sus mochilas vacías, tanto como sus estómagos. Lo único que se llevaron fue una fotografía de los edificios del Centro Cívico Gubernamental (CCG), cuya fastuosidad contrasta con la miseria de sus chozas.
Paradójicamente, se fotografiaron frente a una pared de madera dedicada a su etnia, uno de los siete pueblos originarios, donde se leen sus derechos, transgredidos históricamente. “No queremos regresar con las manos vacías”, dijo Jorge Martínez, uno de los integrantes del grupo.
“Venimos a buscar apoyo de parte de la ministra Zoila Cruz (de la Sedis) para que nos den la Bolsa Solidaria. Somos lencas de la Honduras olvidada, el gobierno nunca llega a nuestras aldeas y siempre nos regresamos con las manos vacías”, lamentó
¿Cuál es la situación en su pueblo? “Allá está muy difícil, no hay trabajo ni cultivos, a veces nos alimentamos con guineos, limones, jengibre o la cususa casera, eso nos ayuda con el Covid-19”, expresó.
Detalló que son 22 mil pobladores de los municipios de Santa Elena, Cabañas, Márcala y Yarula en la zona recuperada con El Salvador, “Somos de la parte del rincón en la frontera con El Salvador, abandonados completamente”, señaló.
Hasta hoy, y a pesar de la pandemia y de las carencias que enfrentan, los Lencas de Honduras se han unido para resurgir en condiciones adversas y para rescatar, como dice Teresa Mejía, las tradiciones que forman parte y están en sus raíces… desde siempre.
Esta publicación fue realizada con el apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y el Caribe organizado por Internews, Chicas Poderosas, Consejo de Redacción y Fundamedios. Los contenidos de los trabajos periodísticos que aquí se publican son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de las organizaciones.