Hay expresiones que con frecuencia las decimos sin ser conscientes de a quién le hacemos el favor. Solemos decir o escuchar: “los hospitales públicos no sirven para nada”, “la educación pública es desastrosa” o “que los parques públicos son lugares extremadamente peligrosos y por eso allí no voy con la familia”. “Vámonos al mall que ahí vamos a estar tranquilos”.
Estas expresiones tienen un alto porcentaje de verdad, y así lo siente muchísima de nuestra gente. Y no es para menos. Pero también es cierto, que esa visión sobre los bienes públicos cae como anillo al dedo para argumentar a favor de la privatización de los mismos.
La gente acude a un espacio privado, paga y así goza de alguna tranquilidad. Muy poca gente en nuestra Honduras habla bien de los hospitales y centros de salud, porque la atención es muy inhumana. Y esto abona a la privatización de la salud.
Los servicios públicos son muy malos, y al despreciarlos y quedarnos únicamente en la crítica, caemos en la trampa de promover su privatización. Todo lo público es lo mediocre, lo mal atendido, lo sucio, lo despreciado. Y en el otro extremo, todo lo privado es eficiente, bien atendido, limpio, apreciado.
Con esta visión de sociedad se pone en el centro al individuo que paga y nunca a la comunidad con sus valores de solidaridad. Todo es dinero, nada es voluntariado. Si hay dinero, las puertas se abren, si no hay dinero las puertas se cierran. Mucha gente no duerme porque sus estómagos están vacíos, y otra gente no duerme por miedo a ser asaltado por quienes tienen el estómago vacío.
Lo dramático en este modelo de privatización es que valemos si tenemos dinero, tanto tienes tanto vales, es la consigna de este modelo. Para la salud privada solo existen los enfermos que pueden pagar la atención médica. Este modelo se define a partir de la exclusión. Y por eso mismo es productor perpetuo de miserables y de violencia.
Recuperar los bienes y espacios públicos debía ser prioridad de las políticas del Estado, y esto va unido a la necesidad de luchar por recuperar nuestra propia dignidad y nuestra propia estima hacia nuestros bienes naturales y hacia nuestras comunidades. La organización de la comunidad, construir nuestra propia cultura y ganar para las familias todos los espacios públicos, sin duda es un hermoso camino de lucha para volver a la vida y a las alegrías perdidas.