En estos tiempos de contrariedades, desengaños, incertidumbres, miedos, amenazas y problemas económicos y sociales, el desencanto parece adquirir ciudadanía en los diversos ambientes de la sociedad. Es necesario resituar la esperanza en nuestras vidas, la cual ha de estar con los pies muy firmes en la realidad y en la historia.

Como nos recuerda la teóloga brasileña Ivone Gebara, “las pequeñas esperanzas, no son sino pequeños deseos y acciones posibles”. En este sentido nace con fuerza el término Esperanzar, que es un verbo muy hermoso y posee un profundo significado: dar o provocar esperanza; animar, dar esperanza a alguien; tener esperanzas, confianza en obtener lo que se desea.

Es una bella expresión que implica e invita a activarse, a comprometerse en su realización. Por eso debemos conjugarlo con otros verbos, otras expresiones que harán posible y viable una acción determinada. Por lo tanto, esperanzar nunca es una palabra etérea, dulzona e impalpable, sino algo que concreta y posibilita lo que se desea.

Para esperanzar lo primero que hay que hacer es encontrarse, conocerse, acompañando, cuidando y alimentando el calor humano en las relaciones. Esperanzar es romper moldes y paradigmas, creer en los distintos, abrirnos a la escucha de los que no piensan igual. Esperanzar es historizar el amor y es politizar la misericordia.

Se trata no solo de escuchar lo distinto a lo que yo pienso, sino escuchar con atención y alcanzar la capacidad de moverme de la posición en la que estoy para situarme en un lugar en donde coincidamos los que pensamos distinto, pero con disposición a complementarnos. Para esperanzar es vital también escuchar con atención y reflexionar sobre lo escuchado, para buscar en común las soluciones más factibles.

Para esperanzar hay que dejarse impactar y traspasar por las lágrimas, el sufrimiento y dolor, muchas veces guardando silencio, abrazando, sintiendo como mío el dolor y la angustia de los demás, especialmente de las víctimas. Esperanzar es ponernos en el camino del herido y adquirir la actitud del Buen Samaritano.

Para esperanzar es indispensable celebrar en la mesa de la vida, charlando, bebiendo, comiendo, bailando… con alegría e ilusión, compartiendo no solo lo material sino, principalmente, la hondura personal, la propia intimidad, la ternura compartida. Esperanzar es sostener la alegría justo cuando nada la promete y cuando estamos en la disposición de celebrar y de bailar cuando parece que nos han robado la alegría.

Para esperanzar es imprescindible dar, entregarse, comprometerse generosamente, pero sabiendo que cuando se realiza un auténtico intercambio fraterno, se recibe mucho más de lo que se ofrece, pues siempre “hay más alegría en dar que en recibir”.

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