Radio Progreso

El 24 de marzo hacemos memoria del asesinato y a la vez martirio de Monseñor Romero, mártir y santo de la Iglesia y de la humanidad comprometida con la vida y la dignidad humana. Celebramos la memoria martirial y evangélicamente subversiva de un hombre sencillo, un hombre de fe, a través de quien, como dijo el también mártir jesuita Ignacio Ellacuría, “Dios pasó por El Salvador”.

La Iglesia lo ha elevado a los altares, cuando la gente pobre y luchadora ya lo había declarado santo a lo largo del planeta. La memoria de Monseñor Romero es tierna y a la vez exigente. A él le sobran y resbalan los títulos al que se aferran clérigos litúrgicamente devotos, aunque es San Óscar Romero, y es muy bonito que se haya reconocido, pero eso no quita en absoluto su cercanía y sencillez ante millones de fieles devotos y comprometidos con la causa liberadora.

Basta nombrarlo e invocarlo sencillamente como Monseñor Romero para estremecer conciencias y despertar sospechas en religiosos bien situados, despertar y provocar alegrías y esperanzas en los pobres, y para que millones se sientan convocados a apropiarse de su ejemplo y proseguir su causa. Hoy invocamos a Monseñor Romero, sencillamente como él fue, y al invocarlo emerge en este día para bañar con toda su santidad a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que necesitamos de su Espíritu para seguir creyendo y seguir creciendo como pueblo en libertad.  

Monseñor Romero fue en su vida un hombre fiel a Dios, fiel a la Iglesia, fiel a la verdad y fiel a  su pueblo. Sus tres últimos años no se pueden entender sin estas fidelidades de su vida entera. Monseñor Romero supo situar la Iglesia a la altura de la realidad de violencia salvadoreña, y supo estar cercano a la sangre de los asesinados injustamente. Su frustración ante la búsqueda de justicia y de verdad, le dieron a Monseñor Romero la clave para su misión de pastor en las circunstancias dramáticas en las que vivió la última etapa de su vida como Arzobispo de San Salvador. Su vida y su martirio han despertado la devoción y la fe de miles de personas del mundo entero. Su palabra sigue siendo una luz que ilumina la realidad y un aguijón que toca directo el corazón de la injusticia y de los opresores. Monseñor Romero vino a dar vida a la Iglesia, y ha trazado con nitidez un camino para que la Iglesia entera sea hoy fiel a Jesucristo. En una sociedad en la cual se aplastan los derechos y la vida de los pobres, y en donde abundan pastores acomodados al vaivén de los opresores, se eleva con mayor fuerza lo que para el pueblo de Dios es el gran clamor de nuestros tiempos: queremos y rezamos porque emerjan pastores a la altura, sencillez y palabra firme de Monseñor Romero.

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