Leticia Estrada

Las acusaciones de la Corte de Nueva York, contra Juan Orlando Hernandez y por las que se ha solicitado en extradición, son escalofriantes. Lo hemos leído y escuchado tantas veces expresarse como un fuerte luchador contra el crimen organizado y las redes del narcotráfico, calificándose como un gran aliado de la DEA (Administración de Control de Drogas – en inglés) que en algún momento uno ha podido dudar que pueda ser capaz de mentir y hablar tan fríamente contra sus propios ilícitos negocios.

La caída de Juan Orlando Hernandez, tan esperada por los hondureños, se convierte en un triunfo  para aquellos más conscientes de la realidad nacional, que han clamado durante años en las calles soportando el flagelo y la brutalidad de sus militares, soportando garrote y gas, llorando la perdida de muchos mártires que han sido callados por denunciar los actos abusivos, ilícitos y devastadores cometidos en los doce años que preceden las gestiones del exmandatario, quien junto a toda su familia se ha enriquecido de manera impresionante en detrimento del país, la economía y nuestra sociedad, provocado más miseria, pobreza y migración de nuestros hermanos, la muerte de muchos seres humanos a causa de la corrupción de su gobierno, las drogas y el crimen organizado.

Con los nuevos acontecimientos, el sentir de la mayoría es que la lucha no ha sido en vano, el país del norte reclama justicia por los actos de JOH y busca condenarlo; los hondureños aplaudimos la diligencia con que fue emitido el llamado a extradición a unos pocos días de la salida de su cargo, ninguno se esperaba que fuera tan pronto, lo esperábamos, lo deseábamos, pero no que fuera tan inmediato.

La mente brillante, llena de astucia del líder nacionalista no supo calcular su próximo paso para librarse de caminar custodiado por su policía y militares, encadenado con grilletes en manos y pies, que lo sorprendieron desde histórico martes 15 de febrero capturándole en la puerta de su casa.

Todos sus discursos y publicaciones acerca de sus grandes avances y logros en la erradicación de crimen organizado y el narcotráfico quedaron empañados para siempre. Con fría serenidad de vez en cuando se atreve a saludar al público que en su mayoría le repudian, mientras lo conduce la multitud de oficiales y soldados ante una Honduras sedienta de justicia como espectador.

El Estado ha quedado en banca rota, el hábil abogado dirigió masas, compró con los sacrificios del pueblo, con sangre de mártires y dinero sucio su posición.

Hoy camina hacia su nueva ruta, enfrentar a la justicia estadounidense. Pudo ser muchas cosas, su astucia pudo trabajar por el bien de los hondureños, pero sus planes fueron otros y aquí lo veremos hoy salir hacia la ruta clamada en las calles.

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