Radio Progreso
En Honduras contamos con nutrientes de esperanza que en su conjunto y en racimo, convierten a la gente luchadora en gente esperanzada. Son antídotos ante la depresión y desánimo a la que conducen los dramáticos datos de la realidad. Esos nutrientes los resumimos en los siguientes:
Primer nutriente: la fe en el Dios de nuestra Vida, que no en el dios del dinero, ni el que alimenta una fe superficial o desmoviliza a través de espectáculos y religiones de muchas bullas. Es la fe inquebrantable en el Señor de los Amaneceres que nos lanza con su amor a unirnos a las causas movilizadoras de los empobrecidos, y al encuentro con los demás sin distingos de religiones, sino desde el amor que hermana como pueblos oprimidos.
Segundo nutriente: la memoria de los mártires, de esas personas que fueron asesinadas porque estorbaban al sistema, porque se lanzaron a denunciar la injusticia y abrazaron como suya las causas de los oprimidos. Es la memoria de mucha gente a la que confesamos mártires porque vivieron en constante riesgo, y sabiendo de las amenazas que se cernían, no se echaron para atrás y llegaron hasta el final, hasta ofrendar su vida.
Tercer nutriente: la generosidad de las comunidades desparramadas por laderas, montañas, mesetas, valles, aldeas y barrios populares que muy dueñas de su pobreza abren sus puertas y su corazón en rebeldía y resistencia innatas al individualismo, a los muros y a la sospecha que proceden de los que se afanan en convencernos de que hacer dinero, el consumismo, la propiedad privada y la competitividad son los grandes valores de nuestro tiempo. Con su generosidad, las comunidades nos educan en la solidaridad y en el desprendimiento como valores que no se compran ni se venden.
Cuarto nutriente: la organización con su trabajo en equipo y colectivo rompe con esa lógica individualista del sálvese quien pueda, y de pronto conlleva a que la gente se sienta fuerte mientras camina con los demás. La organización es fuerza para los pobres, y la gente experimenta que un pueblo desorganizado es carne de cañón para grandes empresas y políticos corruptos, mientras que un pueblo organizado se hace respetar.
Quinto nutriente: la alegría que invade la sangre, los rostros, las miradas y los cuerpos de la gente luchadora. Somos un pueblo alegre, nos reímos hasta de nuestras propias desgracias, y todavía más, de quienes nos tienen en desgracia. En los años recientes, en las movilizaciones nunca faltó el baile improvisado, y sin duda, nunca faltará la guitarra y el tambor para convertir las trincheras de lucha en fiesta popular.