Dicen que la pobreza, el hambre y la violencia nos han caído a la sociedad hondureña como castigo divino. Y que a estos males se une otro que también nos viene como parte de nuestra naturaleza humana: la haraganería de la gente. ¿Es esto así? Nada de eso. Honduras tiene condiciones ambientales y riquezas diversas de la naturaleza como para vivir con dignidad, no solo la generación actual, sino las generaciones futuras. Si esto es así, ¿por qué tenemos los índices más negativos entre los países del continente?
La pobreza, el hambre y la violencia son subproductos de un sistema organizado para que la producción de la riqueza sea social y colectiva mientras su apropiación sea individual. La inmensa mayoría de la sociedad trabaja para producir riquezas. Pero al final, esa riqueza se distribuye entre muy pocas personas. El sistema de justicia legaliza esa distribución desigual e injusta de la riqueza.
Hay mucha gente que trabaja y trabaja y apenas recibe un raquítico salario para medio comer. Muchísimas mujeres trabajan duramente en la casa, pero ni siquiera ellas son conscientes de todo su trabajo, y hasta ellas mismas dicen que no trabajan. La inmensa mayoría de la sociedad trabaja, pero su esfuerzo no se ve compensado con un nivel digno de vida. Unas pocas familias tienen empresas, fábricas, negocios, pero ninguno de sus miembros trabaja la gota gorda como lo hace la mayoría de la gente.
Mucha gente ni se entera de que esto es injusticia, y piensan que las cosas son así porque así lo ha querido Dios. Mucha gente lo sabe, pero prefiere callarse. Mucha otra gente se queda embelesada viendo la televisión o las redes sociales mientras se traga sus angustias. La suma de los datos nos lleva a la misma conclusión: la pobreza, el hambre, la violencia no ocurren por falta de alimentos o porque seamos haraganes, ni la violencia ocurre porque los hondureños la llevemos en nuestros genes. Ni menos ocurren porque sea un castigo divino.
La pobreza, el hambre y la violencia ocurren esencialmente por la brutal concentración de la riqueza en un grupo muy reducido de familias. Estas familias han llegado a concentrar tanta riqueza que ven el país entero y al Estado como su propiedad, y en ninguna circunstancia aceptarán un modelo social y económico distinto. Lo defienden a cualquier costo, no están dispuestas a arriesgar sus privilegios. Esta concentración extrema de riqueza es infinita, y se logra a cambio de condenar a la miseria a la inmensa mayoría de la sociedad.
En lo que va del siglo veintiuno los regímenes tuvieron como oficio proteger y perpetuar este modelo, y se profundizó con la delincuencia organizada desde el Estado en el prolongado régimen anterior. Si todos estos males son una construcción humana, política y social, es tarea y responsabilidad nuestra hacer ruptura y poner en marcha otra construcción humana, social, política y cultural basada en la dignidad humana y en la justicia.