El nombre de Dios es lo más manipulable que hay en nuestro tiempo, y para ciertos grupos es el nombre más eficaz para hacer negocio. En varios círculos se jura en nombre de Dios para que unos cuantos líderes religiosos vivan como faraones, como nos recuerda el papa Francisco. Políticos, diputados, jueces y fiscales usan el nombre de Dios para justificar sus funciones y aparecer como personas y funcionarios correctos.

Esto hace recordar lo que dice el Evangelio, cuando Jesús advierte a sus discípulos que no deben jurar en vano, ni por Dios, ni por la Biblia, ni por el templo ni por nada sagrado. Con ello Jesús relativiza y le quita valor a la sacralización en la que se sustentaban las autoridades religiosas de su tiempo, las cuales basaban en Dios y en la religión todo su poder, su dinero y sus privilegios.

En nuestros ambientes religiosos o eclesiásticos hay dos palabras que solemos usarlas con frecuencia. El nombre de Dios y el nombre de los pobres. Hay algunas autoridades religiosas que son especialmente amigas de gentes muy ricas. Y las defienden. Sin embargo, nunca dejan de hablar en nombre de los pobres. Usan esos nombres en vano, porque a Dios se le usa para rituales y liturgias que dan legitimidad a sus prácticas insolidarias, y a los pobres se les usa para prácticas de beneficencia para aparecer como personas generosas. Hacen obras caritativas a los pobres pero casi nunca defienden sus derechos y sus luchas ante la gente más rica.

El nombre de Dios se usa para todo en sociedades con tanto ateísmo práctico como la nuestra. Se usa para dar legitimidad divina a los gobiernos y se usa para calmar a los pobres con unas esperanzas celestiales que en la realidad terrena se les niega. Algunos países ponen el nombre de Dios en su dinero, al tiempo que existen líderes religiosos que llegan al extremo de bendecir bancos y negocios oscuros. Los diputados nuestros invocan el nombre de Dios para sellar la aprobación de leyes injustas.

Jesús advierte a cada uno de sus seguidores que no se puede jugar con el nombre de Dios cuando las motivaciones de fondo son de insolidaridad. Mucha gente que dice creer en Dios y que expresa una piedad externa, con sus hechos de injusticia, corrupción e impunidad está mostrando su idolatría y su ateísmo práctico. Usar el nombre de Dios para sostener privilegios y usar el sagrado nombre de los pobres para sacar ventajas personales o de grupo, es una idolatría. Ningún privilegio, poder y dinero se pueden justificar en nombre de Dios. Con Dios no podemos jugar sin caer en idolatrías que nos deshumanizan y destruyen.

Solo con el testimonio de vida sencilla, entregada en defensa de la gente oprimida podemos ser llamados hombres y mujeres abiertos y exigidos por la acción divina y seguidores de Jesucristo.  El compromiso desde el mundo de los pobres, en la defensa de sus derechos ante quienes se los aplastan, es el lugar y el modo privilegiado para amar a toda la sociedad y para evitar la manipulación del nombre de Dios.

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