Mario Hernán Ramírez

Hasta donde mis recuerdos me remontan, llegamos al 6 de julio de 1944, cuando la población hondureña fue sorprendida con la triste noticia de una tremenda masacre de compatriotas, completamente inermes en aquella ciudad conocida como Los Laureles, Las Acacias y Los Zorzales, la augusta San Pedro Sula, hoy pujante y vigorosa retando el porvenir. Posiblemente durante las fatídicas guerras civiles en 1800 y comienzos de 1900 hubo alguna tragedia que enlutó el alma nacional durante Julio, pero, vengámonos más acá en el tiempo, y lleguemos hasta el 12 de julio de 1959, cuando el señor Armando Velásquez Cerrato invadió Tegucigalpa, pretendiendo derrocar al gobierno de Ramón Villeda Morales, situación que fracasó de principio a fin.

En 1965 es toda Centroamérica la que se viste de luto, con el fatídico accidente del Ballet Infantil Costarricense, que viajaba hasta Tegucigalpa, desde San José, en una misión eminentemente filantrópica, tratando de contribuir con nuestro pueblo al combate de la terrible poliomielitis, epidemia que azotaba sobre todo a la población infantil de nuestro país. Ese triste acontecimiento se registró el 29 de julio del año citado, y fueron alrededor de 34 las víctimas, cuyos féretros estuvieron expuestos en el frontispicio de la Casa de la Cultura, de donde alzaron vuelo al siguiente día rumbo a la nación que con tanta generosidad nos enviaba esa misión artística.

Luego aparece el 14 de julio de 1969, cuando las tropas, drogadas, del tristemente célebre Fidel Sánchez Hernández, alevosamente y en forma traicionera penetran a nuestro territorio, violando flagrantemente nuestra soberanía y sembrando el terror, pánico y la muerte en los puntos fronterizos entre El Salvador y Honduras. En ese mismo año el río Chiquito o de Oro se había desbordado de su cauce, aquí en Tegucigalpa, y dañado ostensiblemente algunos barrios de la metrópoli.

Pero en medio de semejantes tragedias, en julio recordamos dos efemérides de alto contenido cívico, a tal extremo, que al mismo se le ha llamado “Mes de la Identidad”, porque el 20 de julio se recuerda la gesta gloriosa del primer defensor de nuestra integridad territorial, el indómito cacique Lempira, de cuya autenticidad dan fe prominentes hondureños como Mario Felipe Martínez Castillo, que por cerca de cinco años permaneció en el Archivo de Indias y otras instituciones históricas de España, identificando la legitimidad de ese gran varón cuya memoria se recuerda a perpetuidad, mediante la primera moneda oficial de nuestro país, el lempira y otros importantes membretes de sabor auténticamente catracho; de igual forma se manifiesta el diplomático, historiador y licenciado Rafael Leiva Vivas, quien con sus investigaciones vino a fortalecer el trabajo de Mario Felipe.

También es preciso traer a cuentas el 9 de julio de 1805, fecha del natalicio en Tegucigalpa del caballero e intrépido militar, reconocido históricamente como “el hombre sin tacha y sin miedo”, simbolizando así la honestidad, honradez y pulcritud que debe caracterizar a nuestros hombres de uniforme y gobernantes de todos los tiempos, es el General José Trinidad Cabañas, sepultado en la ciudad de Comayagua.

De igual forma, es en julio, cuando la humanidad recuerda dos efemérides de contenido inmortal como es el 14 de julio de 1789, cuando el pueblo parisino se levantó contra la monarquía y ejecutó al rey Luis XV, proclamándose desde entonces los tres derechos del hombre que son Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Pero, también, el 4 de julio de 1776 cuando los Estados Unidos se desprenden de la hegemonía británica, proclamando su independencia después de varios años de lucha por alcanzar esta aspiración.

Ahora, volvamos a lo trágico y encontraremos que en las apartadas aguas del mar Caribe de nuestra Mosquitia el ave negra de la parca, envuelve en su guadaña las preciosas vidas de más de 30 compatriotas misquitos que naufragaron desgraciadamente, buscando el “pan nuestro de cada día” a través de su faenar pesquero, el 3 de julio del presente año, episodio trágico que nos mantiene con el Pabellón Nacional a media asta, ya que este suceso en verdad nos ha acongojado a todos los que nacimos en “estas tierras de pan llevar”.

Para rematar, en Tegucigalpa, asesinan inmisericordemente a un ciudadano que se desempeñó como Alcalde Capitalino, durante la administración del doctor Carlos Roberto Reina, el ingeniero Oscar Roberto Acosta, conocido popularmente por los capitalinos como “el pelón Acosta”, situación que también enlutó a la población, fundamentalmente a sus correligionarios del Partido Liberal de Honduras, que le han rendido merecidos homenajes de despedida al más allá.

En síntesis, el mes de la Identidad nos ha traído consternación y mucho dolor a los hondureños con los infaustos acontecimientos narrados líneas arriba, que se confunden con las dos fechas gloriosas de Lempira y Cabañas y las efemérides de Francia y Estados Unidos.

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