Por: SEGISFREDO INFANTE

            Hace aproximadamente seis meses observé a un joven de diecinueve o veinte años, que compraba el voluminoso libro de “Teoría General del Estado” de R. Carré de Malberg, cuya primera edición vio la luz, en lengua francesa, en 1922. Desde septiembre del año 2011 estoy acariciando dicho volumen, con la intención de leerlo. En todo caso me alegré que un joven, para mí desconocido, adquiriera tan importante libro, en un contexto en que la mayoría de los hondureños somos las personas, según se dice, que menos leemos en América Central, en una época de indigencias espirituales, odios y frivolidades.

            Debo aclarar que me he acercado al laberíntico tema del “Estado” por el lado de la “Historia” concreta. Y secundariamente por el lado de la gran Filosofía, con Guillermo Hegel. De tal suerte que me siento hasta cierto punto liberado de los engorrosos debates al respecto, fraguados en la modernidad europea, sea continental o anglosajona. En todo caso hay manuales de “Historia de la filosofía política” en donde se pueden rastrear tales teorías, desde Tucídides, el griego, hasta llegar a los pensadores controversiales del siglo veinte, entre ellos Hans Kelsen y Martin Heidegger.

            Bien. Con mis alumnos de “Historia” hicimos aproximaciones, en los años noventas del siglo pasado y primera década del veintiuno, sobre el surgimiento de las primeras civilizaciones del planeta, esto es, mediante el lento proceso de sedentarización y  más tarde construcción vertiginosa de los primeros emplazamientos urbanísticos poblados, con domesticación genética de plantas y animales y sus respectivos sistemas de embalses de agua dulce y de riego sistemático. Lo anterior significó, hace unos diez mil años, una necesaria distribución de tareas sociales, económicas e intelectuales, bajo la inspección de muchas personas organizadas. He aquí entonces el surgimiento de los primeros rudimentos del “Estado” colectivo, como una necesidad social, y señorial, de sobrevivencia civilizada y herencia espiritual, con identidad propia y territorios más o menos delimitados.

            Aquel Estado colectivo muy poco tenía que ver con las futuras convenciones jurídicas, laberínticas, del llamado “Estado nacional moderno burgués”, demasiado reciente en términos históricos. Ni siquiera con la famosa frase renacentista y barroca, bastante apócrifa dicho sea de paso, del “Estado soy yo”, que se le atribuye a Luis Catorce, el rey absolutista de Francia y de Navarra. El Estado colectivo y señorial de las antiguas civilizaciones del “Creciente Fértil”, en nada se parecía a los absolutismos modernos; ni mucho menos a los feroces y desalmados totalitarismos megalómanos del siglo veinte.

            Sin embargo resulta interesante que un pensador hipermoderno, heredero tal vez de la “Escuela de Friburgo” (y pareciera también que de la “Escuela de Frankfurt”), haya introducido una importante diferencia entre Estado y gobierno, conceptos que suelen confundirse en el lenguaje cotidiano, sea nacional o internacional. Pero también los confunden y los mezclan ciertos autores de peso, del pasado y del presente, tal como lo he esbozado en algunos artículos anteriores. El politólogo e investigador alemán y chileno hipermoderno al cual me refiero, se llamaba Norbert Lechner (QEPD), con su libro “Estado y derecho”, en una edición post-mortem de 2012.

            Lechner sugiere que varios autores anglosajones han creído que el Estado es el aparato burocrático de cualquier gobierno. Y que incluso Karl Marx extravió la tradición europea continental al pensar que el Estado era la síntesis del gobierno burgués al cual había que derrotar para proclamar la “dictadura del proletariado”. El gran concepto del Estado abstracto y concreto integrador de Guillermo Hegel en su “Filosofía del derecho”, provocó el distanciamiento ideológico del proyecto político “inmediatista” de Marx.

            Para aterrizar. En la vida real los gobiernos vienen y van en todas partes del mundo; pero el Estado permanece, al margen de las tendencias políticas en juego. A menos que se pretenda dar un golpe de Estado definitivo y demoledor como el que dieron los bolcheviques en octubre del año 1917, para luego implantar en Rusia un modelo anticapitalista, que vino a instalar el primer Estado totalitario sobre la faz de la tierra.

            En fechas recientes hemos observado algunos países europeos que se quedan sin el resorte del gobierno durante meses y años. Pero el Estado sigue intacto, funcionando con todas sus instituciones patrimoniales: Los reyes, los presidentes vitalicios, los juzgados, la policía, las fuerzas armadas, los bancos centrales, las universidades, los archivos y las cámaras legislativas siguen operando en ausencia del aparato del poder ejecutivo o ministerial. Razón por la cual es arbitrario, anti-histórico e injusto que a Honduras se le haya etiquetado como “narco-Estado” por distintos caminos mediáticos. El Estado involucra a la mayor parte de la población de una sociedad. Incluyendo su sistema económico y su modelo más o menos permanente de gobierno republicano y democrático. Empero, comprendo que coexistimos en una época de enormes etiquetas facilonas.

            Tegucigalpa, MDC, 27 de octubre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, MDC, el jueves 31 de octubre de 2019, Pág. Cinco). (Nota: Varios de estos artículos se han reproducido en el periódico digital “En Alta Voz”).

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