Por Manuel Torres Calderón. Periodista

Abogada, defensora de derechos humanos, activista parlamentaria y social contra la corrupción, Fátima Mena dirige el Partido Salvador de Honduras (PSH) desde que en julio pasado lo abandonó su presidente y fundador Salvador Nasralla. Conociendo su trayectoria pública cabe esperar no sólo un cambio de dirección interna sino la posibilidad de convertir esa organización en un referente crítico de la oposición política, con una agenda electoral que sea algo más que simplemente oponerse al gobierno. Claro, el camino por recorrer es largo e incierto.

¿Cuál es su punto de partida? Con Nasralla el PSH se encaminaba más a la decadencia que a su fortalecimiento, como ya ocurrió con otra de sus creaciones fallidas, el Partido Anticorrupción (PAC), una ventisca en el panorama electoral pasando de obtener 418,443 votos en 2013 (13.43%) a 5,983 votos cuatro años después (0,18%).

Por cierto, en algún momento valdrá reflexionar sobre la personalidad y agudeza de Nasralla, un “influencer” político de ultraderecha, para crear partidos, atraer personas con compromiso social y movilizar electorados a partir de una prédica anticorrupción provocadora y vacía. Su trayectoria conviene no considerarla de manera superficial porque su irrupción es más una señal de alarma que de esperanza para nuestro país. Seguro hay otros Nasralla haciendo fila.

Ahora bien, si construir partidos es difícil; reconstruirlos en condiciones adversas es más difícil aún. Luego de perder el PAC, Nasralla no aprendió la lección y lo que hizo fue crear otra franquicia personal en lugar de un verdadero partido político. Otro escenario fugaz para su actuación. Tras cuatro años erráticos lo deja fragmentado, con una bancada diezmada, sin unidad programática ni disciplina interna, carente de base social organizada, sin recursos económicos, acechado por sectores externos que pretenden apoderarse de sus sellos y a la deriva ideológica. ¿Qué más?

Con esa radiografía, el problema para la nueva dirección del PSH no es lo que se fue, sino lo que quedó. Sin embargo, de inicio, para poner orden, los sucesores deben reflexionar sobre su responsabilidad en lo ocurrido y en los errores cometidos, si es que no desean repetirlos. El orden implica muchos cambios, entre ellos distanciarse de Nasralla y su visión anacrónica, oligárquica y misógina de la sociedad, la economía y la familia, pero también examinar y retomar, con otra perspectiva ética, los factores que contribuyeron a su ascenso, entre ellos su insistencia (retórica) en la anticorrupción y el uso intensivo de redes sociales y medios de comunicación para romper los cercos informativos.

De momento, lo tangible es que la abogada Mena encabeza un pequeño grupo de personas que a partir de ciertas coincidencias asegura querer estructurar un proyecto político democrático, participativo y con peso electoral, evitar su degradación y que pueda caer en manos de traficantes políticos sin escrúpulos que no sólo deambulan afuera, sino que también dentro de sus filas.

Las expectativas se acumulan y no hay tiempo de espera: ¿podrá el PSH entablar un diálogo con otras fuerzas sociales y políticas para potenciar su proyecto y saber escoger sus candidaturas? ¿habrá comprensión en esos sectores sociales de la oportunidad política-electoral que se abre? ¿contribuirá a crear ese espacio de oposición alternativa, desafiante y propositiva que tanta falta hace en el país?

Hasta ahora, la historia de los partidos “emergentes” (Libre es un capítulo aparte que no encaja literalmente en ese esquema) es un compendio de fracasos y desencantos, desde las primeras alternativas, como la Democracia Cristiana y el PINU hasta los 11 desconocidos que “compitieron” en la casilla presidencial de 2021.

Eso que a falta de precisión llamamos “modelo bipartidista” siempre se ha mostrado más hábil que sus retadores, incluso en sus momentos intermitentes de colapso, como ocurrió en 2009 con el golpe de Estado. Por muy de izquierda o anti-establishment que se muestre la oposición, lo usual es que se termina disolviendo, gravitando o sumando a la cultura política tradicional que cuestionaba. Si no que lo testimonie Unificación Democrática, uno de los pocos partidos de izquierda creados vía decreto por el neoliberalismo.

Como observador externo, no se trata de ser platónico y esperar que con la abogada Mena ocurra una transformación radical del PSH, pero al menos que intente ser una representación legítima y próxima a las demandas e intereses de nuestra sociedad.

En ese esfuerzo se espera que madure su liderazgo, precisando propuestas sobre las principales causales de nuestro atraso y superando sus puntos débiles más notorios, entre ellos su distanciamiento con el tema de los derechos sexuales-reproductivos de la mujer. Ese es un aspecto crucial sobre la democracia que no puede soslayar y que define de qué lado se está en el debate actual de la civilización.

En todo caso, con el PSH no se puede ver más allá de las elecciones que se avecinan, las primarias-internas de marzo y las generales de noviembre. Si la abogada Mena y el equipo que la acompaña revalida o se aproxima al resultado que obtuvo en los comicios de 2021 (10 diputaciones), sería un éxito fenomenal; en contraste, participar para solamente conservar su registro, sería un fracaso.

La pregunta del desvelo es ¿Cómo retener sus votantes del 2021 o, mejor aún, atraer nuevos en unas elecciones generales que se perfilan bajo la tiranía del voto útil y “duro” del tripartidismo y garantizar no solo su permanencia legal sino una representatividad que le permita incidir en la agenda nacional?

Sin el showman en sus filas, el PSH será, en la práctica, un partido nuevo que se presente ante el electorado en 2025. Para estar listo el reto organizativo, programático, logístico, financiero, formativo y de comunicación que tiene es enorme. Quizá estemos a las puertas de un nuevo ciclo político para los partidos emergentes o ante otro intento fallido. ¿Habrá avanzado tanto nuestra cultura política democrática para distinguir la trascendencia de lo que está en juego?

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