Por: SEGISFREDO INFANTE
George Steiner es uno de los eruditos y traductores más importantes del siglo veinte, sólo comparable, según mi humilde juicio, con escritores del talante y del talento de Claudio Magris. Pero al hablar de este vidrioso tema es pertinente recordar que en otros ensayos hemos sugerido la tesis que hay erudiciones vacías y que, por el contrario, existen eruditos que enriquecen sus conocimientos con ideas y conceptos fuertes.
En estos días he recomenzado a revisar, o por lo menos a hojear, los libros de George Steiner que van apareciendo lentamente en medio del laberinto. Hay frases del autor que me veo en situación de citarlas o parafrasearlas de memoria, por mientras emergen los textos originarios. Pero tengo dos de sus libros a la mano. Uno de ellos es “La poesía del pensamiento; del helenismo a Celan” (2011-2012). Y el segundo es “La barbarie de la ignorancia”, traducido por Mario Muchnik, que me trajo de España, el lingüista y amigo Atanasio Herranz, con dedicatoria fechada el 24 de enero del año dos mil, es decir, hace veintitrés calendarios.
Percibo que George Steiner experimentó, durante toda su vida, una tensión íntima entre sus preferencias por la poesía y sus inclinaciones eruditas hacia los saberes filosóficos y matemáticos abstractos. Ignoro si acaso logró superar aquella tensión íntima, que se nota en la mayoría de sus escritos. Pero creo percibir, quizás equivocadamente, que Steiner era por encima de todo un gran literato y traductor, dejando la gran “Filosofía” clásica para un segundo plano, la cual también apreciaba en un alto porcentaje. Por otro lado pienso que Octavio Paz logró establecer un deslindamiento diferenciador casi perfecto entre su inevitable pasión por la poesía y sus quehaceres ensayísticos sobrios, emparentados, en diversos momentos, con los capítulos más rigurosos del pensamiento de Ortega y Gasset.
Pues bien. La intención original es referirme a una de las páginas de los dos textos aludidos, en donde George Steiner afirma que hipotéticamente podríamos asumir que la mayoría de los franceses han leído a Renatus Cartesius, es decir, a René Descartes, o que, cuando menos, conocen la frase metafísica universal del “cogito, ergo sum” (“pienso, luego existo”). Durante casi toda mi vida he asociado a Napoleón Bonaparte con el nombre de Francia; o viceversa. Pero con estas nuevas informaciones me doy por enterado que en las sociedades desarrolladas o maduras, las mujeres y los hombres equilibrados prefieren ligar sus existencias a las de los grandes pensadores y científicos como René Descartes. George Steiner, literalmente dice, “in extenso”, lo que sigue: “la conciencia francesa tanto pública como privada, la imagen que Francia cultiva y proyecta de sí misma, las reivindicaciones de dominante racionalidad, lógica y prestigio que hace Francia son “cartesianas” hasta la médula. La contraseña “la France c’est Descartes” [Francia es Descartes] o “notre pére Descartes” [nuestro padre Descartes] ha sido pregonada a los cuatro vientos tanto por la izquierda como por la derecha, por radicales y conservadores. Del “método” y de las reflexiones de Descartes se han apropiado creyentes tomistas y positivistas agnósticos. Calles, plazas y colegios que llevan el nombre del más discreto y reservado de los hombres, que eligió vivir y producir buena parte de su obra en Holanda y que murió en Suecia. “Soy francés, ergo cartesiano”, proclamaron algunos líderes comunistas en 1945. También lo habían hecho acólitos de Vichy apenas hacía unos meses. Ninguna otra nación ha convertido a un metafísico-algebrista en un tótem.” Y “Abundan los comentarios doctos, las aclaraciones, las controversias en torno a todas las facetas de la obra de René Descartes. Comenzaron mientras él vivía y han continuado de forma ininterrumpida. Él mismo solicitó objeciones en sucesivas versiones de sus tratados.” (Fin de la cita).
No sabemos si acaso en la actualidad el pueblo de Francia y sus élites se identifican con el nombre y la obra de René Descartes. En todo caso me parece loable la idea que “Francia es Descartes”, por múltiples motivos y razones que es poco menos que imposible exponer en un solo artículo. Naturalmente que Descartes es heredero directo e indirecto de una serie de filósofos y teólogos anteriores a él, incluso medievales, cuyos pensamientos al final desembocaron en la modernidad europea.
Me parece que los británicos podrían razonar en la misma forma, en el sentido que Inglaterra es Shakespeare. O quizás Newton. No lo sé. Aunque ambos países han exhibido excelentes guerreros a lo largo de la “Historia”, lo normal es que una sociedad cerebralmente madura (en caso que lo sea) se identifique con sus principales pensadores trascendentes. En el caso de la pobre y periférica Honduras, las generaciones del futuro buscarán sus propias identidades cerebrales. Me refiero, de aquí en adelante, entre unos doscientos o trescientos años. ¡!Sea!!