Por: SEGISFREDO INFANTE

 

            Se cuenta que en cierta ocasión el gran diplomático judío-estadounidense Henry Kissinger, le preguntó a Chou Enlai qué opinaba sobre la Revolución francesa. El primer ministro y diplomático chino le contestó: “Es demasiado pronto para valorarla”. Tal anécdota, de 1972, ha sido adjudicada, además, a entrevistadores franceses en distintos momentos de la vida de aquel personaje enigmático del siglo veinte, que conoció las esperanzas pero también los extremismos de la “gran revolución cultural china” en la época de Mao Tse-tung, al grado que llegó a ser víctima indirecta de la irracionalidad de un movimiento juvenil masivo descontrolado, y dirigido y atizado por unos personajes megalómanos e ideologizados hasta la médula del hueso. Como también Chou Enlai en su juventud había vivido en Francia, conocía de cerca las historias relacionadas con el “terror revolucionario” desatado por el extremista jacobino Maximiliano Robespierre, a comienzos de la década del noventa del siglo dieciocho. Hay un libro interesante de Slavoj Zizek, titulado “Robespierre, virtud y terror” (2007, 2010). Es bueno subrayar que Zizek es un filósofo y psicólogo actual de la República de Eslovenia, que se instala en una tendencia hegeliana y lacaniana posmoderna; sin embargo, este filósofo posmoderno nació y creció bajo la influencia marxista heterodoxa del mariscal Josif Broz Tito, de tal modo que tiene suficiente autoridad para haberse distanciado del marxismo-leninismo.   

            Para hablar del principio de “Fraternidad” es oportuno aproximarse a los lenguajes laicistas que derivaron del curso vertiginoso de la Revolución francesa; pero también es aconsejable conocer que tal principio posee raíces judeocristianas, aun cuando lo negaran algunos revolucionarios jacobinos que se encargaron de perseguir a la Iglesia Católica, a los demás revolucionarios, y que al mismo tiempo discriminaron, por motivos religiosos y étnicos (según investigaciones archivísticas novedosas), a los judíos que eran simpatizantes de tal revolución. Los jacobinistas fueron despiadados con los católicos, los girondinos  e incluso con los judíos, a pesar de los famosos diecisiete principios de la luminosa “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, aprobados por la Asamblea Nacional Constituyente el 26 de agosto de 1789. Uno de los más importantes perseguidores fue el ex–monje católico José Fouché, famoso por sus acciones frías, sangrientas, macabras y siniestras. Napoleón Bonaparte lo caracterizó como el traidor por excelencia.

            Libertad, igualdad y fraternidad (“Liberté, egalité, fraternité”), fueron las tres consignas principales de la Revolución francesa. Un autor desconocido le adjudica el concepto de “Fraternidad” al mismo Robespierre. No se sabe. Sin embargo, desde los tiempos de la “Ilustración”, y en distintos momentos de su historia, los franceses han adoptado, borrado y han vuelto a suscribir este principio en sus estatutos nacionales. De tal suerte que pareciera que la noción de fraternidad confunde a los usuarios. Porque es comparativamente fácil proclamar la libertad y la igualdad natural o histórica ante cualquier ley del mundo. Pero es harto difícil abandonar el egoísmo y la envidia que corroen al ser más íntimo del hombre, sin verdadera conciencia de sí mismo, de sus límites y alcances, y de su propia especie. Es decir, sin autoconciencia individual y universal.

            En el diario “La Tribuna” del domingo 22 de febrero del año 2015 (en la columna Clave de Sol), publiqué el artículo titulado “Principio de fraternidad”, derivado de unas conversaciones con mi pariente político ya fallecido Julio Ustáriz. Los dos coincidíamos que la idea de fraternidad, derivada de la Revolución francesa, se ha vuelto casi imposible en los tiempos actuales, a pesar de su validez universal. Se trata de un principio que es violentado casi todos los días, en países como Honduras y en cualquier parte del pequeño planeta sobre el cual coexiste nuestra especie supuestamente llamada “Homo Sapiens Sapiens”, la cual ha extraviado sus horizontes fraternos (y ha extraviado el instinto de conservación y de cooperación de la especie) en un mundo cargado de incomprensiones y crueldades. Los mismos revolucionarios franceses sostenían, con una mano, la bandera de la fraternidad, y con la otra mano la guillotina, la espada o el fusil para acorralar y exterminar a sus adversarios políticos, aun cuando también fueran revolucionarios.

            De lo anterior podríamos extraer, con todas las experiencias concretas de los siglos dieciocho, diecinueve, veinte y comienzos del veintiuno, que el principio de fraternidad subsiste a pesar de todos los pesares. Y que precisamente las ideologías más rígidas, de “pensamiento único”, son las que se encargan de violentar e incendiar, en las prácticas históricas, toda fraternidad humana. Aquí se debe reconocer con hidalguía que existe un largo e intenso proceso de deshumanización que pone en peligro la dignidad de la persona individual y colectiva. No se puede ni se debe hablar de “fraternidad” si pasamos serruchándoles y violentándoles el piso a nuestros prójimos. En consecuencia tenemos que revisar, con cautela, todas las ideologías rígidas y rencorosas que se encuentran en uso.

 

            Tegucigalpa, MDC, 02 de junio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 06 de junio de 2019, Pág. Cinco).

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