Por: SEGISFREDO INFANTE

            El concepto ha sido percibido como una mera abstracción. Porque “lo abstracto” universal es en un primer momento algo difícil de digerir. Pero ocurre que “la humanidad” es una correlación dinámica entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo general y lo particular; o viceversa. La humanidad es la suma de todos los individuos concretos de su especie particular, con sus creencias y sus intereses de corto o de largo plazos. Este concepto de humanidad ha sido abandonado en los últimos tiempos, sobre todo en los últimos treinta años, tal como lo esbozamos en nuestro artículo “Distanciamiento del Hombre real”, publicado en LA TRIBUNA del jueves 20 de febrero. Del mismo modo en  que también hemos esbozado, en varios artículos viejos, los vacíos de liderazgo mundial.

            Ahora mismo, frente a una pandemia que originariamente ha causado risa porque el fenómeno se vendió como si se tratara de una simple gripe más o menos conocida, la humanidad entera se encuentra en gravísimos aprietos. No se le explicó suficientemente al ciudadano de la calle, que se trataba de un nuevo “virus”, con capacidad de mutar, que se expande exponencialmente con el simple contacto de la saliva. Un virus que probablemente mata mucho menos gente que otras enfermedades conocidas, y que tal vez resulte forzado comparar con la peste negra o bubónica que, desde Asia, hizo estragos poblacionales en Europa entre 1347 y 1352. Quizás el “bicho” que originariamente había atacado los bordes del poderoso Imperio Romano en la antigüedad, había transmutado en los finales de la Edad Media, hace siete siglos.

            No hay medicamento, por ahora, para combatir este nuevo virus. Eso se ha repetido hasta la saciedad. Y que nadie se auto-medique ni tampoco se le ocurra buscar caminos alternos como el retorno a la pastilla de “aralén”. Han perdido de vista que algunos de los más grandes hallazgos científicos, en todos los tiempos, son oriundos de esos caminos alternos, a veces insospechados. El único medicamento, se nos dice todos los días, es la prevención sanitaria, las cuarentenas y el feliz consuelo que sólo vamos a morir los adultos mayores, sin pena ni gloria, tal como ha ocurrido en Europa. Al final los “viejos” estorbamos o robamos oxígeno. (Sin embargo existe la esperanza de una nueva vacuna).

Se les olvida a los que hacen feria con estos pronósticos fatales para los abuelos,  que ellos también un día más o menos cercano (casi de la noche a la mañana) se convertirán en adultos mayores, y quedarán desprotegidos dentro de una sociedad que hoy por hoy privilegia las tecnologías novísimas y los espectáculos masivos dedicados al libertinaje, que aparecen cada tres o cinco años aproximados, muy por fuera, o muy muy por encima del “Hombre” biológico pensante, el cual pareciera distanciado de las corrientes históricas principales, quedando subsumido en una esquina, como aplastado, como si no existiera.

            Empero, ahora mismo es el gran momento central para la reflexión sosegada y profunda sobre diversos temas hirientes que le conciernen a los individuos concretos, a las naciones y a la humanidad entera. Las ciencias particulares deben conjugar todas sus probabilidades y limitaciones para crear ambientes propicios saludables en procura del bienestar del “Hombre” real. Las grandes religiones del mundo deben bajar un poco las banderas del fanatismo extremo excluyente en que han caído algunos de sus representantes. Y la “Filosofía” tiene frente a sus ojos de búho trasnochador, la enorme posibilidad de volver por sus fueros, en tanto que ha sido, y debiera seguir siendo, la disciplina rigurosa encargada de encauzar todos los pensamientos dispersos que podrían convertirse en universales, para servir de disciplina reorientadora de los individuos y la humanidad.

            De la gran “Filosofía Especulativa” se han desprendido otras disciplinas, otras ramas y otras ciencias. Una de esas ramas es la “ética”, que desde la nueva epistemología se ha convertido en “bioética”, en una época en que los hombres parecieran secundarios ante la avalancha de los éxitos mercadológicos efímeros de los últimos treinta años. Efímeros por varias razones y motivos. Uno de ellos, el más reciente, es la pandemia del famoso “coronavirus” mutante (o “mutado”) que ha venido sin muchos o ningunos avisos a paralizar las finanzas y la economía del planeta. Incluyendo a nuestra pobre y querida Honduras, en donde los empresarios, los microemprendedores y la mayoría de  micronegociantes, se sienten descorazonados.

Si Dios Eterno y Omnipotente me lo permite, y no me muero en estos aciagos días por alguna u otra causa renal, de presión arterial o broncorespiratoria, escribiré sobre el vidrioso tema de los micronegociantes en las próximas semanas y, por supuesto, sobre mi humilde pueblo. Trataré, además, de leer y releer algunos libros como “Genética y bioética” de Juan-Ramón Lacadena, unos de los más rigurosos que ha venido a parar a mis manos.

Tegucigalpa, MDC, 22 de marzo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 26 de marzo de 2020, Pág. Cinco). (También se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).

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