Juan Ramón Martínez
Los medios de comunicación y los escritores, tienen la obligación de mostrar las virtudes y defectos de los candidatos. No hay excusa que valga. Es necesario darle al elector elementos para que haga una decisión consiente. Un sacerdote católico me dijo, “hay que acercar al elector al candidato”. Porque, especialmente en los niveles, presidenciales y, diputadles el elector tiene poco conocimiento de las personas por las que, sobre una lista hecha por otros, tiene que escoger. Cuando se compra un pantalón, se toca la tela; se pregunta el precio. Otros huelen la tela. Algunos se prueban la prenda. El elector va vendado. Otros le llevan de la mano, y le dirigen hacían donde tiene que marcar. Engañándolo. Mi padre que, en sus últimos años, perdió la visión, cuando votaba no confiaba en doña Mencha, “porque es liberal; y me puede engañar” decía, riéndose. Un correligionario de su confianza, lo llevaba a la orilla de la urna.
En las últimas semanas, he estado publicando semblanzas sobre candidatos. Fui a Talanga y escribí sobre Rixi. Un compañero y amigo, que ahora creo que ya no es lo último, me escribió diciéndome que “eres muy sectario”. Supe que estaba en lo correcto. La misión del escritor solo busca quedar bien con su conciencia, cumpliendo con su deber. Especialmente si se escribe no para lograr aplausos, para conseguir contratos públicos; o cargos en el gobierno. Uno tiene la obligación de decir la verdad. De lo contrario, si se escribe para engañar, una profesión como la comunicación, se convierte en una amenaza pública. El talento, la habilidad que Dios nos ha dado, debe servir para construir el bien común y jamás debe ser herramienta para el logro de fines individuales inmorales e indecentes.
El artículo sobre Nasry Asfura recibió una indicación de error. Me enviaron la foto donde consta que es bachiller del “San Francisco”. Hice la aclaración correspondiente. Sobre Redondo me han escrito que no es ingeniero. Debo ir al Colegio de Ingenieros para resolver la duda. Un líder religioso de la Costa Norte se sorprendió de lo poco que sabía “sobre el Presidente del Congreso”.
Pero el artículo que han recibido más comentarios es el de Kristha Pérez. “Usted no se deja llevar por las apariencias”, me escribió un lector. Otro expresa, “como decían mis ancestros, de buena planta no pasa la honorable”. Otra lectora me escribe: “Esa señora se ve que ha vivido de la política como en subasta pública: ¡quién da más¡. Mujeres así, no inspiran a otras al empoderamiento femenino”.
Pero mas adelante, otros lectores se han referido al fenómeno del transfuguismo. “Tránsfuga por excelencia, traidora por convicción” dice un colega de La Ceiba. Es la verdad. El tránsfuga traiciona; y, si lo hace una vez, lo seguirá haciendo; y por ello, no debe gozar de la confianza de nadie. Adicionalmente, en este fenómeno de inmoralidad política, hay dos partes: el “corrupto” y el “corruptor”. Ambos son indecentes y peligrosos.
Pero hay un, pero. La gente “olvida” a los traidores. Me corrijo, no a todos: Judas no se ha recuperado en los últimos dos mil años. Pese a los esfuerzos literarios de Borges sigue siendo el más aborrecido. Otro lector me escribe que “pese a su noble esfuerzo, usted tiene razón, la gente olvida esas traiciones, y es porque los partidos políticos dejaron de representar ideales políticos colectivos e ideológicos y se borraron las fronteras que separaban a uno de los otros, en lugar de ser instituciones que representen el pensamiento de sus miembros, se volvieron agencias de contratación para cargos públicos. Por eso, todos esos casos de “camaleónismo” político son ahora tan comunes e impunes”.
Hay que reconocer que la política se ha degradado en los últimos sesenta años. La moral y la política se han enemistado. Los ideales, derrotados por el materialismo. La política ha perdido la misión de servir como enseño Max Weber. Ahora, es la línea recta hacia la riqueza, el éxito y “para nunca volver a trabajar”. Mel, es ejemplo del político “moderno” y “exitoso”. En 1984 cuando le ofrecieron una diputación dijo que “no tenía dinero”. Ahora no ha vuelto trabajar. La política es su oficio y vive bien: tiene inversiones múltiples, maneja las variables del poder; y controla las vidas de más de 9 millones de inocentes. Esta forma de hacer política no la compartió Azcona, ni siquiera Suazo Córdova.
Nosotros tampoco. ¿Y usted?