Por: SEGISFREDO INFANTE
En los comienzos de la “Historia” los pueblos y Estados orquestaron relaciones comerciales entre unas pocas civilizaciones y otras. Incluso entre algunas pequeñas civilizaciones y culturas semi-nómadas próximas a ellas. Esto significa que los comercios interhumanos pacíficos de materias primas preciosas y de productos semielaborados son predominantemente históricos. Es decir, civilizados. Hay un libro bastante ilustrativo titulado “Un Intercambio Espléndido” (2008, 2010), de William J. Bernstein, un médico que paradójicamente es experto en análisis financiero e historia económica, y que en su libro hace un recorrido por la historia del mundo partiendo desde Sumeria hasta los tiempos actuales. Me atrevería a diagnosticar (con un necesario margen de error) que este libro sintetiza cinco mil años de historia comercial, mostrando los lados positivos y negativos del fenómeno, razón por la cual el texto es aconsejable para los iniciados en la “Historia”, y luego para aquellos que desean transformarse en lectores serios.
Debo insistir en el concepto de “iniciados”, porque a pesar de la rigurosidad inicial de William J. Bernstein, corremos el riesgo de confundir la historia del comercio de las civilizaciones originarias, especialmente de la cuenca del Mediterráneo, con la historia peculiar del capitalismo, el cual, siguiendo a varios autores rigurosos de distintas partes del mundo pero, sobre todo, al historiador económico francés Fernand Braudel, el verdadero recorrido revolucionario del capitalismo, como macromodelo de producción, comienza y se consolida durante el siglo quince en las ciudades católicas y renacentistas del norte de Italia, a partir de cuyo momento se vislumbran los primeros albores de una auténtica mundialización de los mercados occidentales y orientales, predominantemente con el surgimiento avasallador de la España monárquica centralizada mediante un submodelo de capitalismo mercantil global, basado en la circulación masiva de metales preciosos, explotados en el “Nuevo Mundo”. Por supuesto que en este punto conviene subrayar (lo he subrayado en varios artículos “olvidados”), que el capitalismo posee sus propios principios generales inconfundibles, siendo los centrales la “acumulación originaria de capital”, la existencia de bancos financieros y la producción de bienes de capital, en donde “la tasa de interés” marca, dogmáticamente, la hoja de ruta de la modernidad. Cuando hablo de “bancos financieros” me refiero a ciertos flujos institucionales flexibles de capital nacional e internacional. No a simples trueques bancarios (de individuos sentados en bancos o en taburetes) que se registran desde la antigüedad en algunos emporios civilizados.
Hay que leer con mucho tacto y evitar la confusión. Pues el capitalismo como macromodelo específico y general de producción cuenta con por lo menos seis siglos de “Historia” económica y cultural. A tal Estado capitalista le corresponde el mérito de haber creado una cultura intelectual y material desde abajo, en casi todos los ámbitos heterogéneos de la vida, desde la raíz del pueblo o de la sociedad misma. Sin saltos al vacío como pareciera ocurrir en los tiempos hipermodernos, en donde algunos submodelos de capitalismo parecieran caminar a la deriva; y otros al abismo. Cuando hablo de los méritos del capitalismo me refiero a un macromodelo económico y social que surgió en la Europa del Mediterráneo y que se consolidó, industrialmente, en la Europa del norte protestante casi espontáneamente, nunca por vía de decretos gubernamentales, sino mediante un proceso de libertades espirituales y materiales parecidas a las de la Grecia Antigua.
Hoy por hoy el macromodelo capitalista y sus respectivos submodelos “cíclicos” parecieran fatigados al extremo, ya sea por exceso de desregulaciones financieras y comerciales; o por exceso de un triunfalismo ideológico unilateral. Triunfalismo que se ha convertido en una espada de doble filo contra el mismo “Mundo Occidental”, cuyos resortes íntimos se perciben oxidados y atacados por un nuevo comercio rampante localizado en un enorme país asiático del Lejano Oriente. Un país que hasta hace unos tres o cinco años parecía el más exitoso del mundo, en un juego riesgoso en donde se combinan, dialécticamente, una fuerte centralización político-ideológica con una desregulación comercial e industrial descomunal.
En algunos casos el “Oriente” ha significado problemas para el “Occidente”. En los tiempos modernos se ha impuesto el vidrioso esquema del petróleo y las guerras. Pero en tiempos antiguos y medievales las pestes biológicas, según se ha escrito, procedieron del “Oriente Medio” y del “Extremo Oriente”, y luego asolaron a uno o dos tercios de las poblaciones europeas. Los mismos blancos europeos trajeron la viruela que golpeó a las poblaciones indígenas. Así que, hoy por hoy, el comercio mundial pareciera ralentizarse, e incluso estacionarse, por causa de un virus biológico impredecible que desbarata las ilusiones de los triunfalistas de diverso signo, y que pone en grave peligro nuestras precarias existencias. He aquí entonces una Historia con factor “equis”, bajo la espera de una vacuna científica y milagrosa de un pequeño país oriental.
Tegucigalpa, MDC, 01 de marzo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 05 de marzo de 2020, Pág. Cinco). (Se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).