Desde hace catorce años Marta no ve a su madre, porque ésta emigró hacia los Estados Unidos, cruzó la frontera sin ver hacia atrás, dejando a Marta y a su hermana menor con su padre, a pesar del llanto constante tuvo que aprender a vivir sin la mujer que le dio la vida. Marta es una maestra de educación primaria, vive en una de las zonas más violentas de Honduras, y por el estigma que existe contra la juventud no ha podido obtener un empleo, aún así se niega a la posibilidad de buscar el sueño americano. En sus propias palabras cuenta la historia de su madre, quien le dice a Marta que nunca se atreva a salir de forma ilegal porque ella, (su madre) ha vivido escondiéndose durante esos catorce años para no ser deportada y no quiere que ella corra con la misma suerte. Pero Marta a pesar de que no tiene empleo, no pierde las esperanzas de lograr superarse y salir adelante y asegura que un día llegará pero de forma legal a visitar a su madre a los Estados Unidos, porque ella jamás quiere ser extranjera en ningún país. Mientras sus lágrimas caen libres sobre sus mejillas, comparte su historia junto a otros jóvenes que sueñan con cruzar la frontera, pero que saben que enfrentarán muchos riesgos y quizás la muerte.
Pedro, otro joven de 20 años que fue deportado , nunca más quiere volver a intentarlo , porque sufrió vejámenes, secuestro, extorsión y casi muere de asfixia en el baúl de un taxi en México. El hermano de María, otra joven de 25 años, llora el asesinato de su hermano, quien tuvo que huir de Honduras por amenazas y al ser deportado no tardó ni quince días cuando fue encontrado su cuerpo con señales de haber sido torturado hasta morir.
Estas son sólo algunas de las historias de los jóvenes que enfrentan riesgos en la búsqueda de un futuro mejor, ante la falta de oportunidades de trabajo, educación y por la violencia principalmente.
LR/Julio 2017
