Por: SEGISFREDO INFANTE

            Por décadas he sostenido la tesis que el verdadero padre de la historia científica es Tucídides quien, con muchos siglos de anticipación a la historiografía medieval, moderna y contemporánea, dejó un legado a la posteridad enseñando que los sucesos deben ser investigados y relatados con rigor e imparcialidad. Tucídides, siendo de origen ateniense, escribió la “Historia de la guerra del Peloponeso”, tratando de comprender las ventajas y desventajas de Atenas y de Esparta, dos ciudades poderosas, pero diferentes, enzarzadas en una subespecie de guerra civil. El líder de los atenienses, el ciudadano Pericles, desterró a Tucídides por errores militares de menor importancia. Sin embargo, las primeras y mejores valoraciones sobre el liderazgo originario de Pericles salieron de la pluma de este historiador imparcial en cuestión.

            Aclarada la deuda moral e intelectual con Tucídides, debo reconocer que Heródoto de Halicarnaso también posee sus méritos imborrables. Se le ha clasificado como el “padre de la historiografía” dadas las investigaciones y relatos que escribió en todos sus viajes por Asia Menor y Egipto, bajo el título plural de “Historias”, cuyos rollos fueron subdivididos por un clasificador posterior en nueve libros museológicos. A este simple placer de leer (o releer la obra) se suma la fascinación de las crónicas en donde se mixturan la veracidad de los hechos y la ficción con tintes mitológicos. Lo interesante es que por primera vez se relatan sucesos antiquísimos en donde los hombres y mujeres de carne y hueso son los personajes principales, ya se trate de las guerras o de la vida cotidiana de cada nación visitada. Heródoto realiza por primera vez lo que en la actualidad se denomina “historiografía oral”, entrevistando a personas de diversas nacionalidades e intereses, y confrontando las versiones opuestas, a veces cargadas de distorsiones y de interpretaciones equívocas. A mi juicio Heródoto sería el padre remotísimo de la etnología y de la antropología cultural moderna (¿estructuralista?), y uno de los primeros escritores en prosa. Vale la pena ilustrar que ambos autores, es decir, Heródoto y Tucídides, fueron paisanos casi contemporáneos, y que estuvieron influidos por filósofos presocráticos, aunque fuese indirectamente.

            El famoso periodista polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007), adoptó la obra de Heródoto como si se tratara de un amuleto de viajes. Comenzó a conocerlo en 1952 cuando una profesora de historia les hablaba, a unos cien estudiantes, sobre la Grecia Antigua, frente al resultado de la “Segunda Guerra Mundial” en que se habían destruido casi todas las bibliotecas y no existía ninguna traducción publicada de Heródoto. Incluso, por extrañas sinrazones, se sentía el temor de publicarlo, hasta que apareció en las librerías polacas en los comienzos de 1955.

            Kapuscinski se autodefinió como un “reportero” o “corresponsal” moderno. A mi modo de ver fue un verdadero cronista que al viajar alrededor del mundo siguió, hasta cierto punto, los pasos de su maestro griego. Sería interesante averiguar si Kapuscinski fue el primero en adoptar la costumbre de jalar las “Historias” de Heródoto inclusive en sus viajes a India, China y Egipto; o si, por el contrario, el novelista canadiense Michael Ondaatje se le anticipó en esa práctica singular de mencionar el libro del escritor andariego haciendo que el personaje principal de su novela, “El paciente inglés” (1992), cargara el susodicho volumen en su mochila o en el salveque cuando viajaba por los desiertos egipcios, leyendo las múltiples anécdotas del viajero impenitente, con sentido de actualidad. Conviene puntualizar que el libro de Ryszard Kapuscinski se titula “Viajes con Heródoto”, publicado en Cracovia, Polonia, en el curso del año 2004. En todo caso es pertinente abusar de la “función inyectiva” y aclarar que tanto Kapuscinski como Michael Ondaatje conocieron a Heródoto en sus juventudes respectivas. 

            Parafrasearemos unos aislados renglones de lo que dijo Kapuscinski del cronista griego: “A medida que avanzaba en su lectura, encontraba en Heródoto un alma hermana. ¿Qué lo empujaba a trasladarse de un lado para otro? ¿Qué le mandaba a actuar, afrontar las dificultades del viaje, emprender una tras otra sus expediciones? Creo que la curiosidad por el mundo.” (…) “El libro de Heródoto es el primer gran reportaje de la literatura universal.” (…) “A juzgar por la manera de ver y de describir la gente y el mundo, Heródoto debió ser un hombre benévolo y comprensivo, cordial y abierto, un amigo para todo. No hay en él ni rabia ni odio. Intenta comprenderlo todo, averiguar por qué alguien ha actuado de ésta y no de otra manera. No culpa al ser humano, sino a cualquier sistema.” Queda a los lectores la tarea de escudriñar las páginas de Heródoto y Tucídides, incluyendo, de ser posible, las crónicas de Ryszard Kapuscinski y la ambigua novela de Michael Ondaatje, que fue filmada maravillosamente.

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