Por: SEGISFREDO INFANTE

A mediados de la década del setenta del siglo próximo pasado, varios dirigentes estudiantiles de secundaria y del Colegio de Profesores de Educación Media de Honduras (COPEMH), estábamos reunidos en la sede de esta institución magisterial, dialogando sobre el trillado tema de las reformas del sistema educativo nacional. Al terminar la reunión el profesor Mario Membreño (QEPD) se me acercó y sugirió: “Segisfredo, ¿por qué no escribes algo sobre el fallecimiento del profesor Luis Landa?”. Quedé sumido en un profundo silenció. Me sentí desbalanceado. En primer lugar por la causa posible de aquella extraña sugerencia, y en segundo lugar porque yo no sabía nada de la vida y obra del profesor Luis Landa. Apenas había escuchado mencionar su nombre. De los viejos pedagogos y profesores solamente conocía los libros de lectura de Víctor F. Ardón y de Miguel Navarro. Así que nunca redacté el artículo sugerido por Mario Membreño.

            Varios años más tarde me he referido a los quehaceres pedagógicos del profesor hondureño Miguel Morazán, maestro normalista del presidente guatemalteco Juan José Arévalo Bermejo, quien en uno de sus libros confiesa que él gobernó en Guatemala con las ideas reformistas de dos profesores: Miguel Morazán de Honduras, y Domingo Faustino Sarmiento de Argentina. Conviene resaltar en este espacio, que el actual presidente guatemalteco, César Bernardo Arévalo de León, es hijo de aquel presidente chapín que le dio albergue a varios catrachos exiliados, y que experimentó la viva influencia pedagógica de Miguel Morazán, cuando la enseñanza era concebida como un apostolado en favor de las nuevas generaciones. También me he referido al profesor “empírico” José María Espinoza Cerrato (amigo de Froylán Turcios), quien dejó gratos recuerdos en distintas generaciones de estudiantes de la zona sur-oriental de Honduras, particularmente en el municipio de Soledad, departamento de El Paraíso.

            En los comienzos del tercer milenio, allá por los años 2001-2002, anduvimos interesados con Manuel Antonio Rodríguez Escoto (“Manuelito”) en rescatar las ruinas de una casita de bahareque de Luis Landa, posiblemente en el municipio de San Ignacio, localizado en el valle de Siria, departamento de Francisco Morazán. Eso lo gestionamos con las autoridades del Instituto Hondureño de Antropología e Historia, con el alcalde de El Provenir y con la misma familia Landa Villar. (Doña Mercedes Landa, hija del gran pedagogo, fue la esposa del perito mercantil Fernando Villar, y suegra de María Elena Mondragón, más conocida como “Malena”). La idea era transformar aquella casita en una subespecie de museo pedagógico cultural lugareño. Pero nunca lo logramos.

            De todos modos estoy cumpliendo con el deseo vocacional de Mario Membreño, varias décadas más tarde, de escribir algo sobre el profesor Luis Landa Escober. En cierta ocasión retomamos el tema de Luis Landa y de otros pedagogos. Mario se refirió en buenos términos a personajes como Rafael Bardales Bueso y los suramericanos Luis Beltrán Prieto, Daniel N. Acevedo y Luz Vieira Méndez, como los verdaderos fundadores de la “Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán”, a quienes casi nunca se les reconoce. Por cierto, Luis Beltrán Prieto escribió un folleto sobre los libros y la lectura, cuyo comentario publiqué en estos mismos espacios de LA TRIBUNA. Tal folleto lo compartí con Mario Membreño. En lo que concierne a Luis Landa, el profesor Membreño ratificó sus cualidades de pedagogo y científico, en el mismo nivel de Ibrahim Gamero Idiáquez. Pero aclaró que “Luis Landa poseía un mal temperamento”. Y eso que Mario casi nunca hacía referencias negativas de nadie.

            Este comentario resurge como consecuencia de haber leído, en fecha reciente, un cuaderno de cuarentaiún páginas titulado “Mis Memorias”, por Luis Landa. No aparece fecha de publicación ni tampoco la imprenta en la cual fue editado. Pero contiene una rica información de los aconteceres políticos de Honduras desde que comenzó sus estudios a finales del siglo diecinueve hasta comienzos de la década del setenta del siglo veinte. Las informaciones son cronológicas y demasiado escuetas. Mientras lo leía supuse que tal vez Ramón Oquelí había tomado el modelo de cronologizar de Luis Landa. En el opúsculo aparecen otros contenidos más conectados con el tema educativo. El hombre relata sus estudios de becario en el “Instituto Pedagógico” de Santiago de Chile. Allá se graduó con el diploma de “Profesor de Estado”. En sus “Memorias” informa lo de su condecoración “José Cecilio del Valle” otorgada, en julio de 1954, por la Universidad Nacional de Honduras, lo mismo que su viaje a Madrid, en 1956, representando, con Jorge Fidel Durón, a la Academia Hondureña de la Lengua, y habla de otros viajes importantes. He aquí unas breves palabras ligadas al profesor que recibió el reconocimiento del Congreso Nacional como “Maestro Consagrado y Apóstol de la Ciencia”. 

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