Por: SEGISFREDO INFANTE
La familia Mejía Medina me invitó a un “Concierto” de la Orquesta Filarmónica de Honduras que dirige Jorge Gustavo Mejía, con formación de música seria, o clásica, en Alemania. La invitación me la extendió su hermana, la doctora Alicia Isabel Mejía Medina, a finales de noviembre del 2023. También me invitó, hace muchos meses, a escuchar una interpretación de lo que comúnmente se ha dado en llamar “Carmina Burana”. Por diversos motivos me fue imposible asistir. Ahora, con una nueva temporada, hice todo lo probable por movilizarme y llegar al Teatro Nacional “Manuel Bonilla” a disfrutar la deliciosa velada.
En mis tiempos de adolescencia solía visitar, por las noches, la casa de la familia Mejía Medina, allá por Loarque, en Comayagüela. Por regla general me recibían con amabilidad, especialmente Alicia Isabel, más conocida como “Alibel”. En aquellos días tuve la oportunidad de conocer a “Jorgito” Mejía, un niño de aproximadamente diez años, quien ya ejecutaba el piano como promesa futura. Esto lo relaté en el momento en que nuestro director musical recibía el reconocimiento “Inca Garcilaso de la Vega” por parte de la Embajada de Perú en Tegucigalpa y de la Academia Hondureña de la Lengua, en un ambiente de expansiva amistad con otros homenajeados, evento cristalizado en el paraninfo “Ramón Oquelí” de la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán”.
Varias décadas después de conocerlo, encontré a “Jorgito” Mejía en San Marcos de Ocotepeque, dirigiendo una especie de orquesta de cámara. Me sorprendió observarlo en un pueblo pequeño y remoto, pero lindo, del extremo occidental de Honduras, en donde según mi humilde parecer se realizan los más bellos juegos florales de literatura. Samuel Villeda Arita (QEPD) siempre me invitaba a tales festejos. Pero sólo pude asistir, por causa de la lejanía geográfica, en dos eventualidades: La primera creo que a finales de la década del noventa o a comienzos del presente siglo, cuando reencontré a “Jorgito” Mejía ya convertido en un director de música clásica. Y la segunda oportunidad cuando recibí un homenaje intelectual inolvidable de parte del pueblo de San Marcos de Ocotepeque y de las autoridades (incluyendo unos campesinos) del municipio de Sensenti. Mientras escuchaba aquella orquesta de cámara vino a mi pensamiento la imagen involuntaria del tenor italiano Enrique Caruso, cantando en el Teatro Amazonas de Menaos. Ignoro la consistencia de tal leyenda, tal vez sin ningún fundamento. Aunque debo reconocer que esto ayuda al momento de soñar con la presencia de grandes artistas en el Tercer Mundo. De todos modos, Caruso hizo escuchar su voz en varios teatros latinoamericanos.
Jorge G. Mejía ha sido un hombre luchador, un director de música que trata de ser un perfeccionista en medio de los arrabales hondureños, en donde las adversidades suelen estar a la orden del día, especialmente cuando se trata de temas clásicos, ya sea del pensamiento o de las vibraciones intangibles de la música seria. Y es que “Jorgito” posee la convicción (a pesar de los desencantos) que Honduras puede educarse y culturizarse por el camino de la música de alto nivel, haciendo hincapié en la formación de las nuevas generaciones de músicos y de los amantes oidores de este bello arte. Tal como quedó demostrado el martes diecinueve de diciembre en la noche, mediante la interpretación de ciertas áreas y partituras corales y de melodías conocidas como la “Oda a la Alegría” de Ludwig van Beethoven; el “Magníficat” de John Rutter y el “Aleluya”, en “El Mesías”, de G.F. Haendel, con oportuna adaptación de Wolfgang Amadeus Mozart. Y asimismo varios villancicos enternecedores, como el de “Las campanas” de Mikola Leontóvich, y “Navidad en Tegucigalpa” de Víctor Donaire, con arreglo de Jorge Mejía.
La Orquesta Filarmónica de Honduras, su director y su coro filarmónico, fueron ovacionados por la multitud asistente. Mientras escuchábamos la “Oda a la Alegría” y el “Aleluya”, imaginé que Honduras era un país de ensueño, elevado a los mejores niveles culturales de las sociedades que se supone son altamente civilizadas. Escuchar el poema de Friedrich Schiller, incorporado a la parte coral de la “Novena Sinfonía” de Beethoven, fue estremecedor, por su llamado a la fraternidad de todos los hombres y mujeres de la Tierra. Otro tanto ocurrió al escuchar el “Aleluya” de Haendel.
Una buena amiga sugería que estos aportes de Jorge G. Mejía (quien también es compositor) con el paso de los años quedarán en una mera crónica. Por mi lado considero que más bien pasarán a categorizarse, gradualmente, como parte del “Espíritu de conciliación universal”, a pesar de ser el nuestro un país orillero y pobre. Entretanto es obligado, desde el punto de vista lógico, felicitar a los patrocinadores: el actual encargado de negocios de la Embajada de Perú, y la señora ministra de la Secretaría de las Culturas, las Artes y los Patrimonios de los Pueblos de Honduras.