Por: SEGISFREDO INFANTE

            Con mis exalumnos de la asignatura “Historia de Honduras” de la UNAH, hacíamos referencia de un personaje de Comayagua conocido más o menos como “Príncipe Ypsilanti de Moldavia”, quien había introducido en la antigua capital hondureña los estudios de la heráldica, como una subdisciplina histórica. Varios de los estudiantes se volvían incrédulos al escuchar el nombre de aquel extraño personaje, hasta que viajábamos a Comayagua y ellos hacían sus propias averiguaciones.

            No sabemos cómo llegó a Honduras el señor Georgios Ypsilanti de Moldavia; ni tampoco si entró por Amapala, Puerto Cortés o por vía terrestre. De lo que estamos seguros es que vivió y produjo familia en Comayagua. Hemos incluso detectado su sepulcro en un cementerio general de aquella ciudad, muy cerca de la tumba del poeta hondureño Edilberto Cardona Bulnes. El escritor José González lo incluye en su opúsculo “Biografías comayagüenses” (año 2008), como nacido en la Isla de Chíos, Grecia, un primero de agosto de 1895.

Ypsilanti vino a Centroamérica portando varias disciplinas académicas y autodidácticas, entre ellas las de filosofía, lingüística, historia oriental, griego clásico, heráldica, bibliotecología y archivos. Pero creo que sobresalió en heráldica, un tema virgen en las tierras catrachas. La primera vez que escuché su nombre fue en una conversación espontánea con el historiador colonial Mario Felipe Martínez Castillo, quien lo mencionó como “Príncipe Ypsilanti de Moldavia”. Desde entonces sentí curiosidad por aquel personaje incógnito cuya existencia parecía un mito.

Moldavia configura un territorio, un poquito más grande que El Salvador, que se pierde entre Ucrania y Rumanía, sin ningún acceso directo al mar. Durante la “Baja Edad Media” se convirtió en un principado. Era normal, en Europa Oriental, que un principado se subdividiera en otros principados más pequeños. Por eso Moldavia, en la actualidad, es un país pluriétnico, lógicamente con varias nacionalidades que a veces chocan entre sí, alegando incluso separatismo. En su pasado histórico ha sido una subregión cristiana invadida por fuerzas guerreras oriundas de diversos países y confesiones, hasta ser una zona absorbida por la Unión Soviética, con cuya disolución logró su independencia, pero con un creciente nivel de inestabilidad política.

Aun cuando nació en Grecia, los padres y abuelos de don Georgios Ypsilanti procedían de Moldavia. De ahí el alegato de un posible título principesco, que varios hondureños pusieron en duda. No recuerdo con exactitud si acaso fue el poeta Antonio José Rivas o el cronista comayagüense don Leonardo “Nayo” Letona, quienes me informaron que en cierta ocasión llegó a Tegucigalpa una extraña misión de diplomáticos griegos buscando a Georgios Ypsilanti. Se dice que se reunieron con “Don Georgios” o con uno de sus hijos, en el viejo edificio de la cancillería. Nunca se supo qué cosas hablaron entre ellos. Tal vez mencionaron el tema del antiguo principado de Moldavia, geográficamente cercano a Grecia y otros países balcánicos.

José González ofrece en el libro arriba citado una satisfactoria bibliografía salida de la pluma de Ypsilanti. Pero es mayormente desconocida entre nosotros. Creo que muy pocos comayagüenses han tenido acceso a la misma. No digamos el resto de los investigadores hondureños. Creo, eso sí, haber observado la portada de uno de sus textos en un museo antropológico de Comayagua, como constatación de la existencia real de aquel andariego del trasmundo, que se quedó en Honduras con el objeto de subsistir y alcanzar su felicidad individual y colectiva. Pero también con el fin de compartir y sufrir los aislamientos geográficos; el desdén hacia los buenos valores tradicionales de la hondureñidad; y también con el objeto de compartir nuestras tristezas endémicas. 

Una extraña figura merece un respetuoso y extraño tratamiento. Nada sabemos de sus ancestros de Moldavia. Debemos confiar en la palabra de Ypsilanti, que es la palabra de un caballero errante de la “Europa del Este”, que por extrañas circunstancias vino a parar a Honduras. Nada sabemos tampoco de los antepasados del “Barón de Francestein”, quien se radicó en Tegucigalpa y publicó varios números de una revista de economía política, la cual he hojeado con mis propias manos. Aparte de los dos personajes muy poco sabemos de “Pedro” Ilich, un militante “comunista” que vino en la tercera década del siglo veinte a organizar los primeros grupos bolcheviques en Honduras y el resto de América Central. Las indagaciones podrían continuar respecto de otros personajes escondidos en el fondo pacientísimo de los archivos.

He utilizado el nombre de Georgios Ypsilanti según la nomenclatura de la lengua griega actual. En el caso del “Barón de Francestein” mis dudas son mayores, pues incluso podría tratarse, tal vez, del seudónimo de un economista extranjero.

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