Por: Carolina Alduvín
No es que no haya valores, la raíz de nuestros problemas como humanidad y como sociedades nacionales es que los valores se encuentran totalmente trastocados; el fin supremo de estas colectividades no es el bien común de sus integrantes, sino la acumulación de riquezas en forma individual o de grupos privilegiados. ¿Para qué? Para competir por que los demás vean qué persona o cuál grupúsculo ostenta y alardea las mayores extravagancias, mucho más allá de la satisfacción de las naturales necesidades físicas, energéticas, emocionales, mentales y espirituales. Se trata de ver cuál es el ego más inflado y el culto a la personalidad más fuerte, a cambio de lo que sea. Así, la guerra fría entre los 50 y 80, cuyo epílogo convierte a los soviéticos y comunistas chinos en capitalistas hacia fuera, con miserable explotación esclavista a lo interno, pasa hoy a la destrucción de uno de sus antiguos componentes, por no tener los tamaños necesarios para enfrentar directamente al capitalismo norteamericano y sus aliados.
Por su parte, esta potencia, si bien parece seguir siéndolo en lo militar, en lo económico se ha dejado sutilmente penetrar por una invasión de baratijas desechables, tanto en su mercado interno, como en todas sus zonas de influencia, minando la competitividad de sus corporativos. Sus cerebros generan con altos costos de investigación y desarrollo, cuanta innovación tecnológica promete desplazar a la anterior, lo que los orientales no tardan en sofisticar cambiando un ligero detalle y democratizando su adquisición en nivel desechable. Y es que hoy día todo lo es, las personas no son la excepción, quien no me crea, recuerde la encerrona de hace 3 años, las experimentales vacunas sacadas al mercado a velocidad inusitada, ignorando las sensatas medidas de bioseguridad. Igual, los daños económicos ya eran irreversibles y la redistribución de la riqueza pasó de exagerada a obscenamente injusta.
El primer artículo de nuestra Constitución reza que el fin del Estado es asegurar a sus habitantes el goce de la justicia -hoy por hoy en subasta- la libertad, amenazada de muerte con todo tipo de proyectos de ley totalitarios y el control espurio de las Fuerzas Armadas por medio de sobornos y saltos mortales en la jerarquía. La cultura en manos de las redes sociales, cuyo contenido tiene que ir aumentando el grado de estupidez, aras de aprobación y viralización que solo abulta los bolsillos de los provocadores. Del bienestar económico y social ni hablemos, en dos siglos no hemos sido capaces de olvidar el paternalismo y aprender a usar nuestras atrofiadas alas emprendedoras, a los que lo han hecho, se les castiga.
Los retos han dejado de ser la superación personal, la independencia económica, el cultivo de las artes, los deportes, la ciencia y la filosofía, desplazados por ver quien toma las acciones más suicidas y pese al intento, sobreviva. Han vuelto a florecer los premios Darwin a la estupidez universal, sin importar la estela de dolor que dejan tras de sí y para impulsarse, en vez de las más nobles intenciones, se recurre a todo tipo de estimulantes, como una serie de bebidas energizantes que conjugan una serie de componentes letales en altísimas dosis, como si no fueran suficientes los efectos nocivos del etanol en los niveles moral, personal, familiar, laboral, sanitario y social; su efecto destructor se potencia con cafeína y otros alcaloides legales, al grado de producir palpitaciones cardíacas y latidos irregulares en personas jóvenes y sanas, causar dolores de cabeza, agitación, problemas estomacales y respiración anormal.
Tan dañinas como si fuese cocaína líquida o un poderoso disolvente de la integridad sexual, como se publicita en otras latitudes, aquí ni se invierte en campañas, se cuenta con la natural sed de emociones fuertes a cualquier precio, ponen en grave peligro la salud, por ser adictivas debido al alto contenido de azúcar y por 12% etanol, máximo permitido en bebida preparada. Una sola lata contiene el equivalente de 6 tragos y 5 tazas de café, los estimulantes cubren el efecto depresivo del alcohol, lo que insta al cliente a retrasar la embriaguez. Si además se combina con otras drogas, sean prescritas o ilegales, el consumo en exceso reduce el número de neuronas en la corteza prefrontal afectando la memoria de corto y largo plazo, si es que no llega al desenlace fatal. Tal como hemos tenido la triste noticia de la partida de un adolescente, del que sabemos por ser hijo de una figura política, a quien por este medio hacemos llegar nuestras condolencias y la exigencia de mejor vigilancia de lo que se expende a los jóvenes.
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