Doctor HORACIO ULISES BARRIOS SOLANO, Premio Nacional de Ciencia “JOSÉ CECILIO DEL VALLE”.

Don Liberato Moncadacondiscípulo y amigo de Morazándice que La Batalla de La Trinidad que tuvo verificativo el 11 de noviembre de 1827 “duró muy pocas horas” y fue la acción gloriosa que inmortalizó general José Francisco Morazán Quesada  reportardo 40 muertos y cero heridos; que no precisamente pertenecían al Ejercito Libertador, aunque el derrotado y traidor Coronel Justo Milla“manifestó que duró hora y media”.

Vale la pena recordarles o informarles según sea el caso a nuestros ciberlectores que  el Doctor Ángel Zúñiga Huete afirma en la biografía del Héroe publicada en México en 1947 por la Editorial Botas página 252 del Paladín Centroamericano que: además de su catolicidad, de la que dio muestras palmarias, estuvo inscrito en  la francmasonería, lo que a más de no ser incompatible, nada tiene de extraño, dada su amplitud de criterios de hombre libre que era, ajeno a prejuicios sectarios, y el hecho de que, en los tiempos modernos, casi no hay persona de alguna importancia que no esté o haya estado iniciada en la francmasonería, como en la antigüedad griega, todo hombre de viso cuyo nombre conserva la fama era constante que había profesado en los llamados “Misterios Eleusis” , hoy casi desconocidos”. no obstante que también hace uso de la prosopografía y la Confederación Masónica Interamericana (CMI) a instancias de La Gran Logia de Honduras lo declaró ante propios y extraños  Masón Latinoamericano el 6 de abril de 2006.

 Sigue manifestando El Doctor Ángel Zúñiga Huete en las páginas 284/86 del Paladín Centroamericano “En el proceso glorificatorio de la memoria del general Morazán también ha tomado parte la Francmasonería, institución filosófica y humanista en la que estuvo iniciado y enrolado el aplaudido héroe y caudillo. El señor José Emilio Alcaine, masón grado 33 del Valle de San Salvador, en el Boletín Oficial No. 9, extraordinario del Supremo Consejo Masónico Centroamericano, expedido en 1946, desde Guatemala, alude a las actividades masónicas del general Morazán en los siguientes términos: El general Morazán fue iniciado en Honduras y debido a las ideas y principios masónicos tan profundamente arraigados en él, y a sus propios ideales y convicciones, pudo luchar toda su vida contra el oscurantismo predominante en aquella época, no sólo en Centro América sino en todas las naciones americanas que batallaban por su independencia. Lucha cruenta contra el gran poder, conservador político y más aún por la injerencia absoluta que pretendían mantener los prelados católicos para conservar siempre unida su iglesia con el Estado, fue la gran tarea que se impuso Morazán y que, al realizarla en parte, fue el principio de su ruina política y hasta la pérdida de su vida. Como gran político y militar, Centro América, la del Estado de El Salvador y también la del Estado de Costa Rica; y, si él no logró coronar su anhelo, para mantener unidos los cinco Estados de Centro América, se debió siempre a la interesada y sistemática oposición del partido conservador clerical que lo adversó siempre, habiendo logrado su caída política y hasta su muerte, pues fue derrocado traidoramente en San José de Costa Rica y fusilado sin formación de causa después de tres horas de haber sido apresado, el 15 de septiembre de 1842”.

“El Hermano Morazán, verdadero creyente de que toda grandeza se deriva sólo del Gran Arquitecto del Universo, supo cumplir fielmente con todos los sabios preceptos de la Orden Masónica y también fue intérprete fiel en el cumplimiento de los juramentos que presentó frente al Libro de la Ley al iniciarse. Un gran crítico y notable escritor dijo: “Morazán, hombre idea, hombre principio, su vida fue esfuerzo y sacrificio por la felicidad de los pueblos. Luchó por la libertad y fue un héroe. Y, lo más raro en él, que el hecho estuvo siempre subyugado al derecho, la fuerza a la idea, el soldado al ciudadano”.

Pero hablemos del Paladín Centroamericano vilmente asesinado pero que “La Posteridad” le ha hecho justicia: algunas personas aseguran que Morazán nació en El Salvador, y otras en Comayagua, y últimamente, creen otras que vino muy joven a Honduras. Para esclarecer la verdad histórica, publicamos la siguiente certificación de bautismo:

[1]Yanuario Jirón, Cura y Vicario de este Beneficio certifica: Que en uno de los libros de bautismo de esta Parroquia, que comienza el año 1792 y concluye en 1802, al folio 73 vuelto, número 365, se encuentra la partida siguiente: “En la Iglesia Parroquial del señor San Miguel de Tegucigalpa, a 16 de octubre de 1792, yo, Juan Francisco Márquez, Cura y Vicario Juez Eclesiástico de este Beneficio, solamente bauticé a un niño que nación a tres de dicho mes, a quien puse por nombre José Francisco, hijo legítimo y de legítimo matrimonio, de don Eusebio Morazán y doña Guadalupe Quesada, de esta feligresía. Fue su madrina, que lo tuvo y sacó de pila, doña Gertrudis Ramírez, viuda de este vecindario, a quien advertí su obligación y parentesco espiritual, y lo firmé. Juan Francisco Márquez. Hay una rúbrica. Al margen, José Francisco Morazán. Yanuario Jirón. Tegucigalpa, abril 16 de 1880.”

[2]La figura más gloriosa de la historia moderna de Centroamérica es la de Francisco Morazán. Aquel hombre que en sus primeros años no recibió más instrucción que la muy incompleta que entonces permitía el medio social que se impartiera, estaba llamando a ser uno de los que forman la escogida legión humana como guías de los pueblos. Poco importaba que no hubiese en aquella época centros de enseñanza que le facilitaran de pronto el desarrollo de su inteligencia: el afán de saber y esa fuerza misteriosa que impele a los hombres destinados a la altura, le habían de hacer aprovechar en la vida activa la sabiduría y la experiencia de otros y perfeccionar su educación. Lo demás había de hacerlo su genio, y su genio no tardó en revelarse.

La vida política de Centroamérica empezó bajo muy malos auspicios. Luchas empeñadas, primero por la anexión al Imperio mexicano, y después por la forma de gobierno, produjeron hondas divisiones entre los directores y de la política, y esto dejó el germen de grandes discordias y de males sin cuento, cuyo fin no hemos visto, y acaso no veamos muy pronto.

Dictada en 1814 la defectuosa e inconveniente Constitución Federal, solo podía salvar a Centroamérica la presencia en el poder de un hombre que, por su carácter, firmeza e ilustración, hubiera sabido y podido dirigirlo todo a manera que, inaccesible a las pasiones de partido, se hubiesen, a tiempo, hechos las enmiendas precisas, y adoptado las medidas necesarias para vigorizar el organismo político y dar estabilidad al edificio construido.

Pero en vez de llegar al poder un hombre de estas condiciones, un José del Valle, que era quien las reunía y quien, por otra parte, había sido electo popularmente, subió, por un fraude escandaloso que no perdonará la Historia, Manuel José Arce, guerrero que había alcanzado laureles en la pacificación de Nicaragua, pero que no era capaz, como su competidor, para hacer estables las instituciones y afirmar, sobre seguras bases, la vida y la paz de la República. Pronto entró Arce en el camino de la arbitrariedad y ejércitos federales invadieron El Salvador y Honduras, habiendo ya conmovido a Guatemala la disolución del Congreso Nacional, la prisión del Jefe de Estado don Juan Barrundia y el horrible asesinato del Vice Jefe don Cirilo Flores.

Las fuerzas federales en Honduras traían por misión deponer al Jefe de Estado don Dionisio de Herrera. Esta misión había de poner en escena a Francisco Morazán. Morazán peleó en defensa de Comayagua, a la que había puesto sitio el Coronel Justo Milla, y fue tan brava la resistencia de los sitiados, que el invasor apeló al recurso de incendiar la ciudad. Morazán logró una salida para procurar auxilios, y se batió en La Maradiaga, pero este esfuerzo resultó inútil. El sitio concluyó a los 37 días, con la entrega de la plaza, efectuada por un traidor, y el Jefe Herrera fue preso y conducido a Guatemala.

Pero Morazán no había de ver impasible las desventuras de la patria. No tardó en organizar una división de hondureños y nicaragüenses en Choluteca y con ella obtuvo sobre Milla, en La Trinidad, la más espléndida victoria.

Desde este momento ha cambiado la suerte de Centroamérica: hay ya un guerrero ungido por la gloria, que volverá por los fueros de la Nación, ultrajados. A la victoria de La Trinidad sucede la del Gualcho, que contribuyó a que los sitiadores de San Salvador quedaran en poder de los sitiados; a la de Gualcho, la de San Antonio, en que Morazán se portó con una generosidad que Aycinena no supo corresponder; y a ésta siguen la de San Miguelito y la de Las Charcas; y, finalmente, la ocupación de Guatemala, a los tres días de asedio, bajo las condiciones que el vencedor impusiera.

Morazán se rodea de hombres como Barrundia y Valle, y el fruto de sus victorias es el restablecimiento de las autoridades disueltas por Arce; la pacificación de Nicaragua, que había vuelto a caer en la anarquía; la disolución y expulsión de las comunidades religiosas que había hecho a la libertad mucho daño, y la perspectiva de las más lisonjeras esperanzas mediante los planes de progreso que se pudieron por obra.

A ser Morazán un ambicioso vulgar, habría tratado en Guatemala de asaltar al poder, prevalido de sus triunfos; pero restablecido el orden y restituido todo a la esfera constitucional volvió a Honduras.

A su llegada en diciembre tomó posesión del cargo de Jefe de Estado, para el que había sido electo en marzo; pero se alteró de nuevo la paz, y volvió a ponerse al frente del ejército, dejando en la Jefatura al Consejero Arias. Voló a Olancho, donde los facciosos presentábanse amenazadores, y pronto los hizo capitular en Las Vueltas del Ocote. Otra facción aparece en el acto en Opoteca, al mando del Presbítero Antonio Rivas. Morazán se presenta allí, y otra vez le sonríe la victoria. “Su aureola entonces, en la pequeñez de nuestro suelo, como dice el Dr. Montúfar, era la que rodeaba en grande escala a Bonaparte al volver de Egipto.”

Afirmada la paz, volvió a sus funciones de Jefe de Estado; pero su nombre y su fama no consentirían en dejarlo allí. Todos los centroamericanos tenían en él fija la mirada, y con sus votos espontáneos lo llevaron luego a la Presidencia de la República.

En ese alto puesto dio pruebas de sus altas miras políticas y de su acción eficaz para promover el progreso.

Amenazado el país por una gran revolución conservadora, supo conquistar nuevos lauros para sus sienes. Las victorias alcanzadas casi simultáneamente, sobre Arce, que invadió por Soconusco; en Omoa, sobre Ramón Guzmán, que izó en el castillo bandera española; en Tercales, La Ofrecedora, Trujillo y Jaitique, sobre Domínguez; y en Jocoro y San Salvador, sobre Cornejo, que había declarado que El Salvador se sustraía del Pacto Federal, acciones las dos últimas libradas en persona por Morazán demostraron la previsión, actividad y tino del gran guerrero y la firmeza con que defendía las instituciones restauradas en abril de 1829.

Las elecciones para Presidente en el nuevo período le presentaron ocasión de dar otra vez pruebas de su republicanismo y de su acendrado amor a las instituciones. No se creyó hombre necesario, y, como lo había hecho con las demás libertades, garantizó la del sufragio: el resultado fue la elección de don José del Valle. Pero, éste, que se hallaba por larga y grave enfermedad falleció en los momentos en que se iban a abrir los pliegos que contenían su elección. Una nueva elección popular confió otra vez la Presidencia a Morazán.

Los enemigos de la causa federal no descansaba, y nuevas perturbaciones iban a presentarse. Entonces se erigió en distrito federal el departamento de San Salvador, allá tomó posesión de la Presidencia por segunda vez el General Morazán.

Las pasiones siguieron exacerbándose, y con ocasión de funestas divisiones surgidas entre Gálvez, Jefe de Estado de Guatemala, y Barrundia, Jefe de la oposición, tomó cuerpo la facción que acaudillaba el indio Rafael Carrera. Los conservadores en presencia de los sucesos, y deseosos de llegar al poder a cualquier costa, le ofrecieron su apoyo a Morazán, al llegar éste a Guatemala, con tal que asumiera la dictadura; pero Morazán rechazó indignado la proposición, y regresó a El Salvador. Los conservadores entonces apoyaron a Carrera, quien al fin entró victorioso a Guatemala, inaugurándose desde ese momento un era en que desaparecieron las libertades y había de consumarse la desmembración de la República.

Morazán terminó su segundo período de Gobierno. Nadie había de sucederle, porque Centroamérica no practicó elecciones. Entonces fue electo Jefe del Estado de El Salvador. En esta época había de cubrirse de gloria nuevamente.

El General Francisco Ferrera invadió a El Salvador al frente de los ejércitos aliados de Honduras y Nicaragua. Morazán le sale al encuentro y con una fuerza que era dos veces menor en número, lo derrota en la memorable batalla de El Espíritu Santo.

Poco después, una facción sorprendió el cuartel de la capital y exigió a Morazán la entrega del poder bajo la amenaza, de que, si no accedía, su familia, que estaba prisionera, sería pasada a cuchillo. La respuesta pone de manifiesto el temple de su alma y recuerda la de Guzmán el Bueno en lo alto de la Tarifa. Sus heroicas y generosas palabras fueron: “Los rehenes que mis enemigos tienen, son para mí sagrados y hablan muy alto a mi corazón; pero soy el Jefe de Estado y debo atacar, pasando sobre los cadáveres de mis hijos, mas no sobreviviré un momento a tan horrible desgracia.” Morazán atacó y recobró la ciudad; su familia quedó en salvo.

A esta victoria siguió la de San Pedro Perulapán, que obtuvo sobre Ferrera, que había vuelto a invadir con los ejércitos aliados de Honduras y Nicaragua.

Como el foco separatista que agitaba a aquellos Estados se hallaba en Guatemala, Morazán se propuso cortar el mal de raíz. Al efecto, sitió y tomó a Guatemala con 800 hombres, Habiendo sido contra sitiado por más de 2000, y no teniendo refuerzos que esperar, rompió la línea y volvió a El Salvador. Sus últimas victorias resultaron así infructuosas: la causa federal estaba ya perdida.

Morazán no quiso que por continuar en el Gobierno de El Salvador siguiera la guerra, y se expatrió voluntariamente.

En el destierro escribió parte de sus Memorias. No pudo concluirlas porque en 1842, el pueblo oprimido de Costa Rica le llamaba para que viniese a romper sus hierros y libertarlo.

Preparó su expedición, y después de tocar en El Salvador, partió de la isla de Martín Pérez, en el Golfo de Fonseca, con 500 hombres en cinco buques, y se dirigió al puerto de Caldera, en donde desembarcó sin obstáculo. Carrillo, Jefe de Costa Rica, envió a su encuentro un gran ejército al mando del General Villaseñor. Morazán hizo capitular a este Jefe, y de este modo quedó dueño del poder en aquel Estado, sin derramar una gota de sangre.

La Administración de Morazán fue reparadora y progresista. Este contaba con el amor del pueblo, y todo habría marchado bien si se hubiese limitado a gobernar aquel pequeño país. Pero se proponía restablecer la República de Centroamérica, y los aprestos que al efecto hacía, unidos a un desgraciado incidente particular, hicieron estallar una revolución formidable, cuyo resultado final fue, debido al traidor que le entregara, la muerte del gran caudillo y de Villaseñor, en el patíbulo, el 15 de septiembre, aniversario de la Independencia. “En los momentos en que el sol se hundía en el ocaso desapareció la luz que desde el Cerro de La Trinidad iluminaba a los libres.”

Esta gran vida en que brillan con intensidad y fuerza los resplandores del genio y de la gloria, y en que se oyen las palpitaciones de un gran corazón es la que narra en este libro, con prolijidad de detalles y con amable sencillez, mi amigo el doctor don Eduardo Martínez López.

El autor ha sentido, al contemplar ese gran personaje histórico de la América Central, el entusiasmo que naturalmente inspiran los varones excelsos cuya fama pregonan nobles y heroicas acciones. Pero no se limitó a admirarlo. Encontró incompletas las narraciones que conocía de sus hazañas, y para que éstas se puedan valorar mejor, emprendió con ahínco la tarea de escribir la biografía del eminente centroamericano, recogiendo datos de las personas que le conocieron y trataron de cerca, y explorando los archivos de San Salvador, en donde encontró gran cantidad de documentos originales, hoy desconocidos, algunos de ellos escritos de puño y letra del mismo General Morazán, y que servirán para rectificar muchos errores históricos.

Esta biografía viene siendo, pues, como la narración de un testigo ocular. La colección de documentos unidos por el relato, da a conocer los hechos sencillamente, con la importancia que se les dio al ocurrir, y no con el lente de aumento que un panegirista emplearía; y tal sistema hace que se pueda apreciar mejor al hombre y al héroe. La grandeza surge así de las cosas. La verdad no queda cubierta como pudiera quedar con la sola narración por la envoltura del estilo y el criterio del escritor. Hacer esto, es colocarse en el camino d escribir la verdadera historia.

El autor de este libro, por otra parte, no olvidó que Morazán, al despedirse de Villaseñor en el patíbulo, le dijo estas palabras: Querido amigo: la posteridad nos hará justicia! Y por ello ha recogido todas las manifestaciones que se han hecho en honor del héroe y mártir, que demuestran que aquellas palabras fueron proféticas.

La figura de Morazán no cuenta hoy en Centroamérica más que con un reducido número de anatematizadores: son unos pocos que piensan en Guatemala que será posible volver al régimen de las tinieblas que la revolución liberal de 1871 echó por tierra: son unos pocos que por clase, localismo y tradiciones, y olvidándose que, desde la frontera suroeste de Costa Rica hasta la frontera Noroeste de Guatemala, todos somos centroamericanos, no pueden aún tolerar la idea de que un humilde hijo de Tegucigalpa haya interrumpido con su genio y sus victorias el curso que a la política centroamericana se le dio, empezando con Arce en 1826 y concluyendo con Aycinena en 1829, para no volver, sino hasta diez años después, con el triunfo de Carrera.

Esos pocos fueron los que por la prensa sostuvieron gran campaña contra la celebración del centenario de Morazán, por parte del Gobierno que presidía el General José María Reina Barrios, y amenazaron con derribar algún día, el monumento, que por decreto del mismo, se le mandó a erigir; y esos pocos han demostrado con su actitud, que si aún hay pasiones contra el grande hombre, el campo en que se agitan es ya muy estrecho y concluirán por desaparecer.

ÚLTIMA LÍNEA


[1] Biografía escrita por el Doctor Eduardo Martínez López en 1890

[2] Este libro del doctor Eduardo Martínez López contribuirá a ello, indudablemente, porque hará, con los documentos que contiene, que Morazán sea mejor conocido y su conducta mejor juzgada. (Rómulo E. Durón Prologuista) Tegucigalpa, 28 de julio de 1899

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