Por: SEGISFREDO INFANTE
Gabino Carvajal me ha sugerido que insista en el tema de la formación lectora de los niños y los jóvenes. De hecho he venido reiterando el espinoso asunto en el discurrir de los años y las décadas, en tanto que hemos detectado un abandono gradual, y a veces súbito, de la lectura en las aulas y fuera de las aulas. Cuando nosotros éramos niños, aún se practicaba aquello de leer en voz alta los pequeños textos que determinaban los profesores. Las generaciones anteriores a la nuestra, leían en sus cursos de primaria y secundaria, cuando menos cuatro horas a la semana. Habría que indagar qué ocurría, a la vez, en las aulas de los países desarrollados, en tanto que allá también se ha percibido, en los actuales momentos, un indudable bajón intelectual y académico de los niños y los jóvenes respecto de sus padres y abuelos.
Hoy en día hasta se habla de “inferioridad” de los coeficientes mentales de los jóvenes, lo que se justificaría si en tal caso los evaluadores partieran del hecho previo que una auténtica medición de la inteligencia de los individuos debe tomar en consideración el ambiente cultural en que se han desarrollado los examinados. El alto coeficiente mental hipotético de un creador silencioso como Leonardo Da Vinci, sólo es posible si tomamos en cuenta todos los factores convergentes y divergentes producidos en el contexto del Renacimiento italiano, tanto los positivos, los ambiguos como los negativos, añadiendo ingredientes de la vida personal del genio. La obra poética y dramática del sublime Dante Alighieri, sólo es explicable en la existencia de un hombre que poseía juicio crítico, y que se movía entre las agonías de la esplendente “Baja Edad Media” (con todos sus bemoles) y las penetrantes auroras renacentistas.
Se ha sugerido, en varias ocasiones, en el curso de estos últimos años, que las nuevas generaciones exhiben un bajo coeficiente intelectual (IQ) en relación con sus padres y abuelos. Lo más paradójico del caso es que en la actualidad se ha presumido (y se presume) que vivimos en “la era del conocimiento”. ¿A cuál conocimiento se refieren los autores de tales afirmaciones? Al conocimiento informático, les ayudaríamos a contestar a los interpelados inmediatos y a los nuevos sofistas. Los adictos a las tecnologías digitales sostienen, con un porcentaje equis de razón, que toda la información universal se encuentra en las computadoras y en los teléfonos celulares conectados a las redes volátiles. Siguiendo esta lógica unilineal los niños y los jóvenes encuentran, a la mano, todo lo que se requiere en sus exigencias educativas.
Empero, la realidad real es muy otra. Millones de niños y de jóvenes (incluyendo a muchos adultos) pasan chateando, desvelándose hasta veinte horas, con sus teléfonos móviles en las aulas; en los pasillos de los centros académicos; en los restaurantes; en los medios de transporte y en sus propias habitaciones. Los libros concretos que substancian el conocimiento milenario y las bibliotecas que hacen soñar, parecieran haberse extinguido como por embrujo. Son poquísimos, porcentualmente, los individuos de ambos sexos que utilizan las tecnologías digitales para realizar estudios e investigaciones de fondo, ya sea en el ámbito de las llamadas “ciencias del espíritu” (como las había rebautizado Wilhelm Dilthey); o en la esfera de las ciencias duras y puras. Una de las tantas preguntas que saltan en el horizonte, es aquella de cómo puede realizarse una investigación de campo, en áreas rurales vírgenes y en los segmentos microempresariales inéditos, sin un tratamiento personal con los involucrados de carne, hueso y espíritu.
Me contaba el abogado y gran amigo Gabino Carvajal, que en su época de estudiante de primaria (o de secundaria), a los tres mejores alumnos de su pueblo natal se les regalaba un libro. Lo que podría significar que en tales escuelas existían pequeñas bibliotecas escolares. Y aunque nosotros donamos muchos libros a las bibliotecas públicas desde la vieja Editorial Universitaria de la UNAH, pareciera que tales bibliotecas han desaparecido. Las excepciones de la regla podrían localizarse en diferentes municipios del departamento de Lempira, en donde los centros básicos han sido apoyados por la institución “Plan Internacional Honduras”. Ahí los muchachos (de ambos sexos) son los encargados de administrar las bibliotecas mismas, con proyectos anexos, bajo el eslogan de “leer para empoderar”.
Hace tantos años publiqué un artículo (que por ahora me es imposible encontrar en los archivos) sobre el libro “El niño y la filosofía” (1980, 1983) de Gareth B. Matthews, en cuyas páginas se formula la posibilidad que los niños exterioricen preguntas con trasfondo filosófico, mediante abstracciones maravillosas. De comprobarse tal hipótesis, significaría que los niños también experimentan la perplejidad de los primeros filósofos griegos, quienes escribieron en papiros, rocas y pergaminos.